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  • Buchwald

Trabajo de los pasajes: introducción

“Traumarbeit” es un término acuñado por Freud en Die Traumdeutung (La interpretación de los sueños, 1900). Se trata de una “operación” que permite transformar el material latente del sueño (estímulos sensoriales, pensamientos oníricos, “restos” diurnos, deseos, recuerdos de infancia) en un producto: contenido manifiesto del sueño, el sueño como tal; también es su operación inversa, la interpretación del sueño que permite “cristalizar” el material latente.


No es una coincidencia que Benjamin hablara de su trabajo (1927-1940, tres etapas distintas, bien marcadas: surrealismo, Baudelaire/Proust, Marx/política, cada una con un marco teórico diferente) como Passagenarbeit (N 2 a, 4) en el expediente N, el último en el que trabajó y el único que pretende ser un compendio teórico. El título Passagen-Werk lo inventó el editor de la obra.


Como punto de partida, el sueño (consciente e inconsciente, en términos freudianos, manifiesto y latente) es el campo de batalla en el que se lucha por la emancipación del ser humano. Para Benjamin se trata también de una operación doble: primero, pretende demostrar cómo los deseos, esperanzas y sueños del siglo XIX, el que dio inicio a la sociedad capitalista industrial mercantil, son traicionados por el capitalismo y condensados en una fantasmagoría colectiva: el progreso, tanto en sentido civilizatorio como temporal. El producto de ese Traumarbeit es una existencia focalizada en la vivencia (infinita y fugaz, ordenada según un modelo racional-capitalista, historiográfica, es decir, que contempla el pasado como un inventario de acontecimientos que no tienen relación humana con nada, sino sucesos pasados y cerrados) y se materializa en los pasajes de París como en otros “restos y desperdicios” del siglo XIX que perduran en el XX. Es central el hecho de que estas materializaciones sean “legibles”, interpretables, solo para el siglo XX, es decir, el Trabajo de los pasajes está dirigido al siglo XX, al despertar del siglo XX (esa es la discusión del “índice”, es como si estuviera determinado cuándo deben ser interpretadas). Segundo, el proceso de la “interpretación”. En este caso, se trata más bien de “despertar” del sueño manifiesto que impone el capitalismo al enfrentarlo dialécticamente con el sueño manifiesto real, el humano, el oprimido y descartado por la tradición capitalista.


En Benjamin hay que interpretar dialéctica no como en Marx o Hegel (tesis-antítesis-síntesis), sino como un dispositivo teórico-práctico que permite unificar aspectos contradictorios sin perder esa característica. Es como si al “unificarse” opuesto sin resolución –en el caso de esta obra se trata de “imágenes” que representan al mismo tiempo el pasado y el presente– se da un momento destructivo que permite “explotar”, “estallar”, “astillar”, “fisurar” (algunas de las tantas acepciones del verbo sprengen) el flujo lineal del tiempo. En la obra casi todo de lo que se habla es portador de su opuesto: en este caso, el despertar del sueño del progreso (que es, en realidad, el eterno retorno de lo mismo) y de la linealidad del tiempo sólo es posible por medio del sueño inconsciente latente en nosotros. Eso nos lleva a la dialéctica entre pasado y presente: no se trata de “vivir el presente”, sino de “experimentar el presente a través del sueño perdido”, “lo que acontece debe pasar por el recuerdo onírico para volverse consciente”. Es, como todo en el Trabajo de los pasajes, otra dialéctica, en este caso, la de la infancia y la adultez, en la cual la infancia le lega imágenes utópicas y un ideal humanista materialista, capaz de empatía con lo material y existencial del ser humano, no con una idea. No hay que olvidar que Benjamin habla de experiencias humanas generales y comunes en todos, no de acontecimientos individuales y puntuales que sólo pueden ser un disparador. Aquí la materialidad es la expresión de los sueños, no su proyección.


Ahora bien, este despertar es producto de una “dialéctica en reposo” o “ahora de la cognoscibilidad”, sin movimiento, sin progreso y se da en la imagen dialéctica (instantánea –opuesta al tiempo lineal, espacial– y constelativa. Y aunque parezca contradictorio hablar de “imagen”, esta solo puede “leerse” en un contexto de muchos otros elementos). Benjamin no la define de modo claro ni sistemático. Pocas cosas pueden deducirse, una de ellas es que se da en el lenguaje. Por eso, la palabra “imagen” engaña. Benjamin no está hablando de una imagen, sino de su expresión, del lenguaje que se usa para su expresión (cualquiera sea). Es legible en un momento determinado; transforma lo material en verdad histórica legible, es decir, la verdad histórica de nuestra prisión onírica de progreso. En la obra, hay una entrada, una sola, la G 1 a, 4, donde Benjamin narra su encuentro con una imagen dialéctica. No la explica; es un texto que bien podría pertenecer a Calle de una sola mano, libro que sí contiene muchas narraciones sobre la imagen dialéctica y, hasta cierto punto, su funcionamiento.


El despertar es político, se trata de la explosión de las posibilidades pasadas en la actualidad, de una reconfiguración de la relación entre pasado y presente que implica la redención de un futuro no realizado en el pasado. El objetivo es hacer presente el problema y dirigirlo hacia la praxis transformadora del presente.

Hasta cierto punto, despertar es seguir soñando; pero es un sueño/utopía dirigido hacia la acción política. De ahí el mesianismo/utopismo de Benjamin.


Para ser capaz de leer la imagen dialéctica es necesario tener una experiencia distinta de la realidad y del presente, otra conciencia. Esto implica recuperar el inconsciente, el carácter místico de lo biológico (vida y muerte, lo existencial) y ser uno con la naturaleza (la técnica también es naturaleza en la medida en que no es utilizada para dominarla) como utopía perdida, como tiempo prehistórico (sociedad sin clases) y no como mítico (origen como destino injusto). Son experiencias colectivas. También los recuerdos de la infancia son colectivos porque están marcados por el capitalismo.


Esa experiencia no se cultiva, no se enseña, se “da” en la imagen dialéctica, está orientada por la memoria involuntaria. En otras palabras, la imagen dialéctica produce el contenido de una experiencia, también es un gesto de pasaje (giro espacial: no se está en la linealidad del tiempo y su idea de historia, sino es un espacio capaz de anclar ese flujo en el presente humano, que reconoce lo inconsciente de la conciencia cosificada capitalista, algo que el capitalismo quiere que olvidemos: vivimos en un sueño inducido por la cultura del consumo, explotación del humano por el humano, de la injusticia como destino).


La rememoración es un acto político porque es una forma de mirar al pasado desde el presente con una actitud política, dispuesta a cambiar las injusticias del pasado. Despertar es el giro dialéctico de la rememoración.


Son muchos los elementos que van formando este esquema conceptual alrededor del Trabajo de los pasajes o que lo ponen en funcionamiento, pero tener en mente este punteo será de utilidad a la hora de emprender su lectura.


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