Un gran triángulo agudo dividido en segmentos desiguales, con el más agudo y más pequeño hacia arriba, es la representación esquemáticamente correcta de la vida espiritual. Mientras más desciende, más grandes, anchos, extensos y altos se vuelven los segmentos del triángulo.
Todo el triángulo se mueve lentamente, apenas perceptible, hacia adelante y hacia arriba, y donde “hoy” estaba el vértice más alto, “mañana” estará el siguiente segmento, es decir, lo que hoy es sólo comprensible para el vértice más alto, lo que es devaneo incomprensible para el resto del triángulo, mañana será contenido sensible de la vida del segundo segmento.
A veces, en el vértice del segmento más alto, espera una sola persona. Su mirar alegre es comparable al inconmensurable dolor interior. Y quienes le son más cercanos no la entienden. Indignados, la llaman mentirosa o candidata al psiquiátrico. Así, injuriado, Beethoven permaneció durante su vida solo, en lo alto. ¿Cuántos años tuvieron que pasar hasta que un segmento más grande del triángulo llegara al lugar donde una vez estuvo él? Y a pesar de los muchos monumentos, ¿ hay personas que realmente se han elevado a ese punto?
En cada segmento del triángulo, hay artistas. Aquel artista que sepa ver más allá de los límites de su segmento es un profeta para su entorno y ayuda al movimiento del obstinado carro. En cambio, si no posee la visión, la usa con fines y motivos bajos o la cancela, va a ser bien comprendido y celebrado por sus compañeros de segmento. Cuanto más grande sea el segmento (es decir, mientras más abajo se encuentre), más grande será el número de personas que comprenda las palabras del artista. Está claro que cada uno de estos segmentos necesita consciente o inconscientemente (más frecuente) alimentarse de su respectivo pan espiritual. Este pan se lo proporcionan sus artistas y el siguiente segmento ya busca alcanzarlo.
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Fragmento de De lo espiritual en el arte [Über das Geistige in der Kunst], 1911
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