La frente de la tierra, como corona, roja y noble
en el ocaso del día vimos desaparecer,
y los picos silenciosos de los bosques coronados
bajo el crepitar de las alas del fuego;
los árboles en llamas, negro luto,
una tormenta rugía. Ardían como sangre,
perdiéndose, ya lejos. Como sobre corazones que agonizan,
una vez más se enciende el intenso ardor del amor.
Pero nosotros avanzamos hacia la noche de los mares,
nuestras manos ardidas como velas.
Y vimos en ellas las venas y la pesada
sangre del sol que, indolente, fluía entre los dedos.
Llegó la noche. Alguien lloró en la oscuridad. Navegamos
tan tristes, a toda vela, hacia la distancia,
nos quedamos en la borda en silencio,
en lo sombrío mirando. Y se nos fue la luz.
Sólo una nube permaneció un rato a la distancia,
antes de que la noche cayera en la zona eterna,
púrpura flotando en el espacio, como entre canciones hermosas,
un sueño sobre los fondos sonoros del alma.
Umbra vitae. Buchwald Editorial, 2019