Worpswede, 25 de octubre de 1900
Lo esperamos en la hora del crepúsculo, mi pequeña habitación y yo, en la mesa roja hay flores de otoño y el reloj deja de marcar el tiempo. Pero usted no viene. Estamos tristes. Y luego volvemos a sentir gratitud y alegría de que usted siquiera exista. Esa conciencia es hermosa. Clara Westhoff y yo hablamos recientemente de que usted es una idea hecha realidad para nosotras, un deseo cumplido. Vive de manera intensa en nuestra pequeña comunidad. Cada uno de nosotros le está agradecido y desearía brindarle alegría una vez más. Es tan hermoso hacer feliz a alguien, porque se hace sin darse cuenta y sin querer. En nuestros hermosos domingos, usted está entre nosotros, y nosotros con usted. Y así seguirá siendo. Porque usted hace un acontecimiento de cada uno de nosotros, y lo que nos entregó en abundancia, en silencio y con ternura sigue viviendo en nosotros. Y ahora le agradezco por las nuevas alegrías. Su poema del domingo me hizo sentir tranquila y devota; Clara Westhoff lo leyó y se quedó pensativa durante mucho tiempo. La mañana del domingo me trajo los libros y su particular fisonomía. Están frente a mí. Los acaricio en mis pensamientos. Y su cuaderno de bocetos es una parte querida de usted que hojeo, agradecida, en noches tranquilas. La “Anunciación” y “A mi ángel” son ramas que se enredan con encanto alrededor de mi alma. Y usted es el árbol. Cuido el cuaderno y se lo enviaré de vuelta por correo certificado el 1 de noviembre. ¿Sabe? Tengo una sensación similar a la que tuve hace unas semanas, cuando casi a diario me decía cosas hermosas y lo único que yo hacía era devolverle su lápiz rojo. Porque usted me lo daba…
En Berlín viven una prima y una tía mía: Maidly y la señora Herma Parizot, dos mujeres delicadas y sensibles a las que, justamente, la vida no ha tratado con suficiente delicadeza. Si alguna vez se encuentra en uno de sus estados de generosidad, quizás podría visitarlas. Creo que usted también sería feliz al hacerlo, porque es algo muy delicado y noble. Y si siente que puede preguntar, pídale a Maidly que le toque música de Beethoven. Ella tiene su propia forma de interpretarlo. Y es hermosa. La hermana mayor de Maidly y otros seis niños, entre los que yo me encontraba, una vez, cayeron en una gran cantera de arena, cerca de Dresde. Nosotros pudimos escapar. Esa niña fue el primer acontecimiento en mi vida. Se llamaba Cora y había crecido en Java. Nos conocimos cuando teníamos nueve años y nos queríamos mucho. Ella era muy madura y sabia. Con ella, llegó el primer destello de conciencia a mi vida. Maid y yo hundimos nuestras cabezas en la arena para no ver lo que sospechábamos, y le dije: “Sos mi legado”. Y sigue siéndolo. Y porque ella es mi legado, le pido que le brinde un poco de belleza. Ya le enviaré la dirección.
El Sr. Modersohn se alegró mucho con su carta. Pintó un hermoso cuadro: una niña con ovejas que, en la luz de la tarde, regresa a casa por una colina. Usted amaría la pintura. Casi todos los días hace una nueva. Es el comienzo de un período de gran creatividad para Modersohn. Siempre siento como si debiera cuidarlo. Ese acto de apoyo me hace bien. Aquella tarde, usted miró en las ocultas corrientes de su alma, que es profunda y hermosa, y a aquellos que la ven, les hace sentir bien.
Una vez más, es de noche y me encuentro junto a mi lámpara amarilla. Afuera está completamente oscuro y silencioso. Solo de vez en cuando cae una gota del techo de paja mojada y la vaca que duerme hace sonar su cadena.
En esta calma, permítame estrecharle las manos. A menudo, pienso en usted.
Suya, Paula Becker
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