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  • Buchwald

Joseph Roth: Tarascón y Beaucaire

Frédéric Mistral describe la grandiosa Fiesta de la Tarasca con extrema precisión. La celebran los "Chevaliers de la Tarasque", orden fundada por el rey Renato el Bueno el 14 de abril de 1474. Su estatuto dicen:


1. Los juegos de la Tarasca deben ser devotamente custodiados y celebrados por lo menos siete veces cada siglo.

2. Los grandes regocijos, las fiestas y las farándulas deben durar cincuenta días. En la organización de los juegos, no se escatiman gastos, en absoluto, y deben ser lo más creativos posible.

3. Los extranjeros deben ser acogidos y tratados de forma que se sientan a gusto durante todas las celebraciones, y en ningún caso, deben ser privados de su libertad y buen humor.


Los caballeros de la Tarasca desfilan por la ciudad al son de la marcha provenzal y acompañan las libaciones con tortilla de papas. El domingo anterior a la Ascensión, los caballeros de la orden sacan de la capilla del castillo la antigua imagen de la Virgen, y encabezan una larguísima y festiva procesión. Toda la población de Tarascón, Beaucaire, Saint-Rémy, Maillane y otras ciudades y pueblos está presente. Los barqueros del Ródano esperan a la Virgen a las puertas de la ciudad con silbatos y tambores. El día de la Ascensión, antes del amanecer, aparece, por primera vez, la Tarasca. El monstruo tiene una cabeza de león, el caparazón de una tortuga y el vientre de un pez, y contiene seis hombres. El día de Pentecostés vuelve a tener lugar un gran banquete, que reúne a todos los caballeros en torno a una mesa larga. En la iglesia de Sainte-Marthe, se reúnen los habitantes de todos los pueblos cercanos y lejanos. En la iglesia, se bendice el estandarte y la lanza. El Lunes de Pentecostés por fin comienza la verdadera fiesta. Tras la misa solemne, una procesión popular, inaugurada por los caballeros, recorre las calles de la ciudad. Los pescadores del Ródano marchan tras la bandera de San Pedro. Luego viene la Tarasca. Frente a ella, están los caballeros en posición de combate. La Tarasca echa fuego por las narices. Comienza la batalla. La Tarasca sucumbe. Y los jinetes marchan para beber, una vez más, de una gran copa.


Este monstruo legendario, la Tarasque, tiene su hogar en Tarascón. Es muy popular en toda Provenza. A menudo, es reproducido y exhibido en numerosos museos, un tema muy bienvenido en la industria de las postales. Los habitantes de Tarascón la llaman «abuela», de lo que podemos deducir lo inofensiva que es. Es el dragón del mundo germánico, eslavo y escandinavo, pero el sol del sur lo suaviza, y el humor de la gente del sur lo convierte en una caricatura. Luchan solo por diversión, en realidad, la aman y la honran. Los monstruos mitológicos harían bien en quedarse en el Norte, donde la niebla los aísla y aumenta su monstruosidad. Cuando van al Sur, la gente pierde distancia y respeto por ellos. Las bestias más sanguinarias y violentas no solo se vuelven mansas, sino, incluso, divertidas. Y el heroísmo de los hombres deja de ser terrible y trágico, y se convierte en un ensueño grotesco. En definitiva, de la sed de sangre a la sed de alcohol.

Desde que estoy en Tarascón y conozco la historia de la Tarasca, ya no me sorprende el Tartarín. En esta ciudad, donde, mínimo siete veces cada siglo, se lucha contra un dragón que, en realidad, es una abuela, al menos, una vez cada siglo, sale a la luz un Tartarín que batalla contra leones inofensivos y transforma a toda África en una gran Tarascón. El único heroísmo todavía soportable entre los muchos heroísmos espantosos que, en los últimos tiempos, han caído en descrédito por su excesiva frecuencia vive en Tartarín. Tartarín es la negación del heroísmo en general. Mucho antes de que cambiara el contenido de todos los conceptos, Tartarín transformó el concepto de héroe. Todos los héroes van a África por un tiempo a cazar leones domesticados. La grandeza de este libro no reside en haber creado el eterno tipo de "héroe cómico". Pero sí, en el hecho de que el "héroe" se ha convertido en comediante.


El Tartarín es la continuación de los juegos de la Tarasca. Los juegos de la Tarasca nacen de este sol, un sol tan radiante como para disolver cualquier lugar común, hasta el punto de resaltar su auténtico significado oculto.


El hecho de que le diera a la ciudad una fisonomía inconfundible argumenta a favor de la grandeza del libro. Siempre veo sólo el Tarascón de Daudet, el Tarascón de Tartarín. Es una ciudad luminosa, pequeña, afable, simpática, un poco miserable, un poco cómica. Los ciudadanos más destacados todavía sueñan con la caza del león. La estación ya es extraordinaria, parece haber sido inventada especialmente para Tarascón. La entrada al atrio se encuentra en el primer piso. El que está abajo, frente a la entrada, no puede entender si ya está en la estación o no. El camino que lleva a la ciudad, y del que está hecha la ciudad, es ancho, acogedor, soleado, pero no exento de sombras. Casas sencillas, blancas, de una sola planta se alzan pacíficamente una al lado de la otra y albergan a una burguesía llena de reservas. La casa de la esquina que Daudet atribuye a Tartarín sigue en pie. Hombres corpulentos y seguros de sí mismos deambulan por las calles, son los excelentes descendientes del gran héroe. Frente a cada papelería y librería, se puede admirar la imagen de Tartarín en cientos de postales ilustradas. La gran vitrina de la única gran biblioteca alberga las obras de Daudet en diferentes ediciones. ¡Qué agradecida está esta ciudad por hacerse famosa! Ya estaba amenazada por la sombra oscura de siglos insignificantes, una sombra que se cierne sobre muchas ciudades con un pasado glorioso. Sí, Tarascón también tiene un pasado más antiguo que Tartarín. En la Edad Media, fue la capital de un distrito atravesado por el Ródano. Los nobles y audaces señores de la ciudad vivían en el castillo sobre el río. Ese castillo es ahora una prisión. Pero la iglesia de Sainte-Marthe sigue siendo tan hermosa como antes. Data de finales del siglo XII, y su construcción se prolongó hasta mediados del siglo XIV. Contiene bellas y delicadas pinturas de Vien, Pierre Parrocel, C. van Loo y otros; algunas de ellas representan escenas de la vida de Santa Marta. En un majestuoso sarcófago, obra del Renacimiento italiano atribuida a Francesco Laurana, descansa el más alto funcionario de la Corte del Rey Renato el Bueno. Y también en la iglesia descansa Santa Marta, la patrona de la ciudad, cuyo cuerpo, según la leyenda, fue encontrado en Tarascón. Aparte de eso, los modestos habitantes de Tarascón no pueden presumir de otros atractivos turísticos. Tarascón en su totalidad es un atractivo turístico. Yace como una broma lograda, plácida y afable, entre los capítulos solemnes de la historia del mundo, una sonrisa que se pierde entre conceptos llenos de pasión. No tiene monumentos. No tiene anfiteatro. Solo tiene a Tartarín.


El puente que Tartarín temía cruzar todavía existe. Conduce a Beaucaire. Érase una vez una feria mayor en todo Oriente y Occidente. Todos los años, entre el 21 y 28 de julio, Beaucaire era la más ruidosa de las ciudades feriales de Europa. Allí llegaron griegos, fenicios, españoles, turcos, franceses, italianos y alemanes. Allí vivían ricos comerciantes judíos. Las razas más diversas se fusionaron en Beaucaire y nació la gran mezcla cosmopolita que distingue al sur de Europa.


Sí, Beaucaire era una ciudad grande e importante. Hoy es melancólica, amargada, susceptible, llena de miedo y desconfianza hacia los extranjeros que, a menudo, se encuentran entre los comerciantes caídos. Aquí viven los pequeños descendientes de los grandes comerciantes. No hay mayor peso para el hombre que una estirpe famosa de la que ya nadie es digno. Si hubiera sido una ciudad de príncipes, poetas, héroes y científicos, Beaucaire tendría hoy la orgullosa melancolía de una nobleza perdida. Pero era sólo una ciudad de dinero. Y hoy siente la miserable melancolía que proviene de la riqueza perdida.


Volvamos a Tarascón, ¡aunque haya poco que ver! Los Schilda del Norte, de Suiza, de los países alemanes y eslavos (hay muchos Schilda eslavo-judíos) tienen, además de la vida literaria, otra vida, prosaica y comercial. Pero en esta región del sur de Francia, Schilda puede permitirse ser nada menos que Tarascón, una ciudad en la que no sólo siete veces al siglo, sino siete veces a la semana, se libra una guerra despreocupada contra un dragón que, en realidad, es una abuela.


Tarascón es una Schilda en el grado n. De hecho, todos los habitantes de Tarascón tienen suficiente autoironía para saber de qué están hechos. Cada Tartarín es su propio Daudet. Cada tendero vende la caricatura de Tartarín al que parece un hermano. ¿Dónde más, después de todo, podría florecer la alegría en pacífica conjunción con la ironía? ¿Dónde más podrían las personas encontrar el equilibrio necesario para convertirse en objeto de las bromas y perspicacias que ellas mismos inventaron? Aquí el alma burguesa se asemeja a una hamaca que oscila constantemente entre dos extremos: el ridículo y el sarcástico. No hay nada más estimulante que este divertidísimo ir y venir espiritual de viejos bromistas, un tipo de gente ahora completamente inalcanzable.


¡Para ser así, uno tiene que tener una profunda confianza en su origen social! ¡Apenas hay que darse cuenta de las conmociones que está experimentando Europa! Qué sentimiento tan feliz es el de un mundo que se cree tan exitoso que es ingenioso en lugar de, como estamos acostumbrados a ver, aplastarse en la banalidad.

¡No hay un solo gran monumento romano en Tarascón! Sin embargo, estoy convencido de que aquí pervive el espíritu de los humoristas tardorrománicos, un espíritu luminoso, bromista, guiñador y pagano, excepto por los epigramas, que han adquirido rasgos épicos con el tiempo y se han vuelto más grandes y poderosos. Eso es influencia de España y Francia.


Tartarín es el lado agradable del mundo, el lado opuesto a la seriedad, el lado lleno de historia. Es la cara privada de la oficina. Es el héroe en zapatillas. Me ofrece la certeza consoladora de que el hombre, aunque esté envuelto en una armadura, no podrá morir. ¡Bendito seas, Tartarín!



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