Lo que veo es el devenir ridículo y trivial de una calle y del día. Un caballo, enganchado a una carreta, la cabeza agachada, mirando fijamente en su morral, sin saber que los caballos originalmente vinieron al mundo sin carreta; un niño que juega a las bolitas en la vereda observa el ajetreo funcional de los adultos a su alrededor, y él mismo, colmado por los placeres de la ociosidad, no tiene la menor idea de que representa la cima de la creación, y anhela ser mayor; un policía que se imagina a sí mismo como un punto absolutamente estático en el centro de ese torbellino de actividad, el brazo de algún poder regente. Enemigo a la calle, y está allí para vigilarla y para cobrar un tributo en forma de buen orden a los culpables. Veo a una niña enmarcada en una ventana abierta; es parte del muro y anhela liberarse de su abrazo, que es todo lo que conoce en el mundo. Un hombre, apretujado en las sombras de una plaza pública, levanta del suelo papel y colillas de cigarrillos. Una columna publicitaria colocada al final de la calle, el lema de la calle, con una pequeña veleta en lo alto. Un hombre grandote con una campera color beige y que fuma un cigarro parece una mancha de grasa en un día de verano. La terraza de un café llena de damas coloridas que esperan ser cosechadas. Camareros de chaqueta blanca, mozos en azul marino, vendedores de periódicos, un hotel, un ascensorista, un negro.
Lo que veo es al anciano con la trompeta de hojalata en el Kurfürstendamm. Es un mendigo cuya tragedia atrae aun más la atención sobre su dueño por ser inaudible. A veces, es la pequeña trompeta de hojalata más fuerte y poderosa que todo el Kurfürstendamm. Y el movimiento de un camarero en la terraza del café, que está intentando matar una mosca con la mano, tiene más contenido que las vidas de todos los clientes en la terraza del café. La mosca se escapa y el camarero queda decepcionado. ¿Por qué sos enemigo de la mosca, oh camarero? Un lisiado de guerra que encuentra una lima de uñas. Alguien, una señora, ha perdido la lima de uñas justo en el lugar donde se sienta el inválido. Por supuesto, comienza a limarse las uñas. Esa coincidencia que ha dejado la lima de uñas en su poder y el movimiento insignificante de limarse las uñas son suficientes para que, simbólicamente, salte unos mil escalones sociales. Un perro que corre detrás de una pelota, se detiene ante el objeto sin vida, incapaz de comprender cómo una estúpida y diminuta cosa podría haber sido tan vivaz y enérgica, es el héroe de un drama momentáneo. Solo los pequeños detalles de la vida son importantes.
Mientras paseo por una diagonal a fines de primavera, ¿qué me importan los grandes temas de la historia mundial, presentes en los editoriales de los diarios? Incluso el destino de algún individuo, un potencial héroe trágico, alguien que ha perdido a un ser querido o ha recibido una herencia o engañado a alguien o de alguna forma patética nos atrae. Ante lo microscópico, todo pathos erra, no tiene sentido y desaparece. El diminutivo de las partes es más impresionante que la monumentalidad del todo. Los gestos abarcadores de los héroes en el escenario global ya no tienen sentido para mí. Yo paseo.
Cuando veo una columna publicitaria en la que se anuncian hechos -por ejemplo, los cigarrillos Manoli- como si fueran un ultimátum o un memento mori, pierdo por completo el respeto. No sé por qué, pero siento que al expresarse de la misma manera, el ultimátum y el cigarrillo pierden toda razón de ser. Aquello que se anuncia a lo grande tiene poco contenido y peso. Y me parece que no hay nada en estos días que no se anuncie a lo grande. Ahí radica su grandeza. La tipografía se ha convertido en una cosmovisión. Lo más importante, lo menos importante y lo poco importante sólo parece ser importante, menos importante, poco importante en la medida en que son situaciones que aparecen [Erscheinende Angelegenheiten]. Sólo de su imagen leemos el valor, no de su ser. El evento de la semana es aquello que, en letra impresa, en gestos, en movimientos de los brazos ha sido declarado como el evento de la semana. Nada es, todo se nombra. Pero ante la luz del sol que se extiende sin miramientos sobre paredes, calles, vías del tren, atraviesa ventanas y se refleja mil veces en el vidrio, desaparece todo lo innecesario e inflado. Creo que lo innecesario (por la imprenta, por la tipografía como cosmovisión dominante) es todo lo que consideramos importante y absoluto: los cigarrillos Manoli, el ultimátum.
Mientras tanto, en las afueras de la ciudad, donde he escuchado que se comienza la naturaleza, ella no está, sino una especie de naturaleza de libro de imágenes. Me parece que se ha impreso demasiado sobre la naturaleza para que siga siendo lo que solía ser. En las afueras de nuestras ciudades, en lugar de la naturaleza, se nos presenta una especie de concepto-naturaleza, idea de la naturaleza. Una mujer al borde del bosque, con un paraguas que ha traído por si acaso, se topa con un charco que le resulta familiar en algún cuadro, exclama: “¡parece pintado!”. Es la subordinación de la naturaleza a un modelo, bien delimitado, para la pintura. No se trata de una subordinación tan rara. Porque también nuestra relación con la naturaleza se ha vuelto falsa. La naturaleza ha adquirido un propósito para nosotros. Su tarea es nuestra diversión. Ya no existe por sí misma. Existe para cumplir una función. En verano ofrece bosques donde hacer un pícnic y descansar, lagos donde remar, prados donde tomar el sol, atardeceres que nos fascinan, montañas para el turismo y lugares hermosos para visitar. Viene en las guías turísticas de Baedeker.
Pero lo que veo no está en las guías Baedeker. Lo que veo es el repentino, inesperado y totalmente sin sentido subir y bajar de un enjambre de mosquitos sobre el tronco de un árbol. La sombra de un hombre cargado de leña. La delgada fisionomía de una rama de jazmín cayendo sobre una pared. La vibración de la voz de un niño en el aire. La melodía inaudible y dormida de una vida distante, incluso irreal.
No entiendo a las personas que pasean para disfrutar de la naturaleza. El bosque no es un café. La “recreación” no es una necesidad, si es el objetivo expreso del excursionista. La “naturaleza” no es un conjunto de instalaciones.
El europeo occidental sale a la “naturaleza “como si fuera a una fiesta de disfraces. Tiene una relación con la naturaleza mediada por la chaqueta de paño tirolés. Vi excursionistas que eran contadores. No necesitaban bastones. El suelo es tan plano y liso que una pluma estilográfica les habría servido igual de bien. Pero el ser humano no ve el suelo llano y liso. Ve "naturaleza". Si saliera a navegar, probablemente se pondría el traje de lino blanco que heredó de su abuelo, que también era marinero de fin de semana. No tiene oídos para el batir de una ola y no sabe que el estallido de una burbuja es algo significativo. El día en que la naturaleza se convierta en un lugar de esparcimiento será el fin.
En consecuencia, mi paseo fue el de un huraño y se estropeó por completo.
Berliner Börsen-Courier, 24 de mayo de 1921
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