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  • Buchwald

Gertrud Kolmar: La negadora

Una vez me saqué a Dios con mi ropa.


Lo arrojé. Colgaba de la silla,


donde una media de encaje se enroscaba en el respaldo.


¡Cuánto tiempo ha pasado desde que ya no discuto con Él!



Volteé mi rostro hacia las paredes.


Despreocupada me embarqué en sueños distendidos;


de mis caderas brotaban mariposas azules,


caminaba descalza sobre el polvo y la vejez.



Y cuando el paisaje se desplazó confusamente,


el estremecimiento de un mar nocturno me alzó en la mañana,


agarré camisa y pollera, cinturón y pañuelo,


no lo encontré más a Dios y tampoco ideé preguntas.



Estaba sola y llorando, llamé y llamé


y grité. Pero Dios había escrito una carta de luna otoñal,


Dios había desovillado estrellas de una madeja milagrosa.


Y junto a mi cama se arrodillaba un estúpido recelo.



Esparcí el calor de las lámparas, arena amarilla,


para cubrirlo. Revolví tela y cinta


buscando a Dios. Me arrastré cansada dentro de mí.


Dios estaba fijado en los huesos de mi frente.



Él se había adherido a mí como la piel,


debilitado por el calor, áspero por el frío,


pálido y herido, desteñido en químicos amargos.


Y cayó como el párpado sobre cada uno de mis ojos.




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