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  • Buchwald

Georg Heym: Una mueca grotesca

Nuestra enfermedad es nuestra máscara.

Nuestra enfermedad es infinito aburrimiento.

Nuestra enfermedad es como una esencia hecha de negligencia y desasosiego.

Nuestra enfermedad es pobreza.

Nuestra enfermedad es estar atados a un lugar.

Nuestra enfermedad es nunca poder estar solos.

Nuestra enfermedad es no tener empleo; y, si tuviéramos, tenerlo.

Nuestra enfermedad es desconfiar de nosotros mismos, de los demás, del conocimiento, del arte.

Nuestra enfermedad es falta de seriedad, falsa serenidad, exceso de angustia. Alguien nos dijo: ríen raro. ¿No sabía que esa risa es el reflejo de nuestro infierno, la amarga antítesis del “Le sage ne rit qu'en tremblant” de Baudelaire?

Nuestra enfermedad es la desobediencia que nosotros mismos nos hemos impuesto, a Dios,

Nuestra enfermedad es decir lo contrario de lo que queremos decir. Estamos obligados a torturarnos a nosotros mismos al contemplar la expresión en los rostros de los espectadores.

Nuestra enfermedad es ser enemigos del mutismo.

Nuestra enfermedad es vivir al final de un día-mundial, vivir en una noche que se ha vuelto tan sofocante que uno apenas puede soportar el olor de su putrefacción.

Entusiasmo, grandeza, heroísmo. Antes, el mundo veía en el horizonte las sombras de estos dioses. Hoy son marionetas de teatro. La guerra salió del mundo, la paz eterna es su miserable heredera.

Una vez soñamos haber cometido un crimen innombrable, desconocido para nosotros. Íbamos a ser ejecutados de una forma diabólica: nos perforarían los ojos con un sacacorchos. Pero logramos escapar. Y corrimos –en nuestros corazones una enorme tristeza– por una alameda otoñal que se extendía, sin fin, por los territorios tristes de las nubes.

¿Fue ese sueño un símbolo?

Nuestra enfermedad. Quizá algo pueda curarla: amor. Pero, después de todo, tendríamos que reconocer que estamos demasiado enfermos para el amor.

Pero hay algo, y es nuestra salud. Decir tres veces “a pesar de”, escupir tres veces en las manos como un viejo soldado, y luego, continuar por nuestro camino, como nubes traídas por el viento del oeste hacia lo desconocido.


1911

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