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  • Buchwald

Franz Kafka: Cartas a Ottla Kafka (1914) y Milena Jesenská (1922)

Praga, 10 de julio de 1914


Querida Ottla [Kafka], 

Algunas palabras antes de intentar dormirme, y en esto anoche fracasé por completo. Pensá que con tu carta hiciste soportable, por momentos, una mañana angustiante. Fue un verdadero alivio y, si te parece, podrías volver a hacerlo cuando lo necesite. Nadie, nadie más me acompaña al anochecer. Cuando esté en Berlín*, te escribo, por supuesto. Ahora no puedo decirte nada concreto ni sobre el asunto ni sobre mí. Escribo diferente a cómo hablo, hablo diferente de cómo pienso, pienso diferente de cómo debería pensar y así hasta la más profunda oscuridad.


Franz


¡Saluda a todos de mi parte! No le muestres la carta a nadie, tampoco la dejes por ahí. Lo mejor sería que la rompas y tires los pedazos por el balcón, no tengo secretos con las gallinas del patio.


* El 11 de julio de 1914, Kafka viajó a Berlín para tener una charla con Felice. Un día después, dieron por terminado su compromiso de matrimonio.



Franz Kafka a Milena Jesenská, fines de marzo de 1922


Hace mucho que no le escribo, señora Milena, y lo de hoy es una casualidad. Realmente no tengo que disculparme por no escribir, sabe cuánto odio las cartas. Todas las desgracias de mi vida –y no es mi intención quejarme, sino hacer un diagnóstico general– provienen, si se quiere, de cartas o de la posibilidad de escribirlas. Las personas casi nunca me engañaron, pero las cartas siempre y no por extraños, sino por mis conocidos más cercanos. En mi caso, es una desgracia particular de la que no quiero hablar más, pero, al mismo tiempo, es general. Lo fácil que es la posibilidad de escribir cartas debe haber traído –en términos estrictamente teóricos– una terrible perturbación de las almas al mundo. Es una conversación con fantasmas y no sólo con el fantasma del destinatario, sino también con tu propio fantasma, que se despliega bajo tu mano en la carta que escribís o incluso en una serie de cartas donde una conforma a la otra y puede ser utilizada como prueba. ¿Cómo se le ocurrió a alguien la idea de que las personas pudieran comunicarse entre sí a través de cartas? Se puede pensar en una persona que está lejos y se puede tocar a una persona que está cerca, todo lo demás va más allá de lo humano. Escribir cartas significa exponerse a los fantasmas, algo que esperan con ansias. Los besos que se mandan por escrito no llegan; los fantasmas los consumen en el camino. Y es por esta abundancia de alimento que se multiplican increíblemente. La humanidad lo siente y lucha contra eso. Para eliminar la mayor cantidad de fantasmas entre las personas y lograr una relación natural entre ellas, la paz de las almas inventó el ferrocarril, el auto, el avión, pero ya no sirve de nada. Al parecer son inventos que se hicieron ya en decadencia, el enemigo es mucho más tranquilo y fuerte, después del correo inventaron el telégrafo, el teléfono, la radiotelegrafía. Los espíritus no morirán de hambre, pero nosotros pereceremos.


Me sorprende que aún no haya escrito sobre el asunto, no para impedir o lograr algo al hacerlo, ya es tarde para eso, sino para al menos mostrarles a “ellos” que han sido reconocidos.


Por cierto, “ellos” también se pueden reconocer en las excepciones: a veces, dejan pasar una carta sin obstáculos y ésta llega como una mano amiga, se une perfectamente con la propia. Ahora bien, esto probablemente sea sólo aparente y estos casos quizás sean los más peligrosos. Uno debería tener más cuidado con ellos que con otros, pero si es un engaño, al menos es perfecto.


A mí, hoy, me pasó algo parecido y por eso pensé en escribirle. Hoy recibí una carta de un amigo que ud. también conoce. Hace mucho que no nos escribimos, lo cual no es muy sensato. Se relaciona con todo esto porque las cartas son una maravillosa droga contra el sueño. ¡En qué deplorable estado esperamos su llegada! Secos, vacíos y ansiosos, la carta es una alegría momentánea seguida de un largo sufrimiento. Mientras uno se olvida de sí mismo y lee, el poco sueño que tiene se levanta, sale volando por la ventana abierta y no vuelve en mucho tiempo. Por eso, no nos escribimos. Pero pienso en él a menudo, aunque sea de manera fugaz. Todo mi pensamiento es demasiado fugaz. Ayer por la tarde, sin embargo, pensé mucho en él, durante horas. Aproveché las horas de la noche en la cama, tan preciosas por lo hostiles que me son, para repasar una y otra vez una carta imaginaria, algunos mensajes que en ese momento me parecían extremadamente importantes. A la mañana, llegó otra carta suya en la que decía haber tenido la sensación, más exactamente, hace un mes, de que debía venir a verme, observación que curiosamente coincide con cosas que yo había experimentado.


Esta historia de cartas me sirvió como pretexto para escribir una carta y, si ya había escrito una, cómo no escribirle también a usted, Sra. Milena, que es quizás la persona a la que más me gusta escribirle. (Hasta dónde uno puede disfrutar escribiendo, pero esto sólo lo digo para los fantasmas que rodean mi mesa con lujuria).


Hace tiempo que no encuentro nada suyo en los periódicos, aparte de los artículos de moda, que últimamente me parecen alegres y tranquilos, con algunas pequeñas excepciones, incluso el último artículo de primavera. Llevo tres semanas sin leer el Tribuna (intentaré conseguirlo), estuve en Spindelmühle.

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