Viena IX, Berggasse 19, 14 de mayo de 1922
Estimado Doctor,
Ahora usted también ha llegado a su sexagésimo aniversario, mientras que yo, seis años mayor, cada vez estoy más cerca del final de la vida, y espero ver pronto el desenlace del quinto acto de esta incomprensible, y no siempre graciosa, comedia.
Si hubiera conservado algo de fe en la “fuerza del pensamiento” [Allmacht der Gedanken], ahora no dejaría escapar la oportunidad de desearle cordialmente muchos más años de vida. Le cedo esa necedad a la inmensurable multitud de personas que el 15 de mayo pensarán en usted.
Más bien quiero hacerle una confesión que, por consideración a mi persona, espero guarde amablemente para usted y no la comparta con amigos o desconocidos. Me he atormentado con la pregunta de por qué en todos estos años nunca hice el intento de buscarlo y conversar con usted (naturalmente, sin tener en cuenta si hubiera visto con buenos ojos tal acercamiento).
La respuesta a esa pregunta contiene esta confesión tan íntima. Creo que lo evité por una especie de vergüenza de encontrarme con mi doble [Doppelgängerscheu]. No es que sea propenso a identificarme fácilmente con otra persona, o que quisiera ignorar la falta de talento que me separa de usted, sino que, cada vez que analizo sus bellas creaciones, creo encontrar detrás de su resplandor poético los mismos supuestos, intereses y resultados que había considerado como propios. Su determinismo como su escepticismo –que la gente llama pesimismo–, su convicción por las verdades del inconsciente y la naturaleza pulsional del ser humano, su disección de las convenciones culturales, el apego de su pensamiento a la polaridad entre el amor y la muerte, todo eso me conmovió con una familiaridad siniestra. (En un opúsculo del año 1920, Más allá del principio del placer, intenté mostrar que Eros y Tánatos eran fuerzas primarias, cuyo enfrentamiento rige todos los misterios de la vida). Así tuve la impresión de que usted había intuido –más bien, el resultado de una fina autoconsciencia– todo el saber que yo había adquirido con el difícil trabajo analítico de otros seres humanos. De hecho, creo que, en lo más profundo de su ser, usted es un explorador de las profundidades psicológicas tan honestamente imparcial e intrépido como uno nunca lo ha sido, y, si no lo fuera, su talento artístico, su don para el lenguaje y su creatividad lo hubieran convertido en un artista popular para las masas. Yo prefiero al explorador. Pero tiene que disculparme, terminé hablando del análisis, simplemente no puedo hacer otra cosa. Solo sé que el análisis no es el medio para ser popular.
Con la más sincera devoción,
Suyo,
Freud
Escrito en 1922; publicado en Briefe. De esta edición: http://gutenberg.spiegel.de/buch/-6433/27.