El aburrimiento es una cálida frazada gris que en su interior está forrada con la seda más brillante y colorida. Nos arropamos con ella cuando soñamos. Y así, los arabescos de su forro son nuestro hogar. Pero quien duerme parece un bulto gris y monótono debajo de ella. Y cuando despierta y cuenta lo que soñó, por lo general, apenas consigue transmitir ese aburrimiento. Pues ¿quién podría darle la vuelta con un solo golpe a la frazada de la época? Sin embargo, contar sueños no es más que eso. Y no podemos hablar de otra manera de los pasajes, construcciones en las que volvemos a vivir como en un sueño la vida de nuestros padres y abuelos, igual que el embrión, en el seno de la madre, vuelve a vivir la vida de los animales. La existencia en esos espacios también discurre como los acontecimientos en los sueños: sin acentos. Callejear es el ritmo de este sueño liviano. En 1839 la tortuga se puso de moda en París. Uno podría imaginar cómo las personas elegantes imitaban, en los pasajes, mejor que en los bulevares, el ritmo de estas criaturas. ■Flâneur ■ [D 2 a, 1]
Buchwald
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