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Rosa Luxemburg: Carta a Sophie Liebknecht, mediados de diciembre de 1917

  • Foto del escritor: Buchwald
    Buchwald
  • 27 jul
  • 7 Min. de lectura

Breslavia, mediados de diciembre de 1917

 

Sonitschka, pajarito mío,

 

Me alegró tanto tu carta. Quise contestar de inmediato, pero justo tuve mucho trabajo y requería gran concentración, así que no podía darme ese lujo. Después preferí esperar la ocasión, porque es mucho más bonito charlar así, sin apuro, a solas entre nosotras.

 

Pensé en vos, todos los días, mientras leía las noticias de Rusia, y te imaginaba preocupada, conmocionada por cada telegrama sin sentido. Lo que llega de allá son, en su mayoría, noticias tártaras, y eso vale doble para el sur. A las agencias telegráficas (de un lado y del otro), les interesa exagerar el caos, inflan cada rumor sin confirmar. Hasta que la situación se aclare, no tiene el menor sentido estar intranquila, así, a ciegas, por adelantado. En general, las cosas parecen estar transcurriendo sin derramamiento de sangre; en todo caso, no se ha confirmado ningún rumor sobre “batallas”. Se trata simplemente de una lucha feroz entre partidos, que, narrada por corresponsales de la prensa burguesa, siempre parece una locura desatada y un infierno. En cuanto a los pogromos, todos esos rumores son directamente inventados. En Rusia, la época de los pogromos ha terminado para siempre. El poder de los obreros y del socialismo allá es demasiado fuerte para que eso vuelva a ocurrir. La revolución purificó el aire de aquel lado de los miasmas y del encierro de la reacción, de modo que Kishinev quedó definitivamente atrás. Más bien puedo imaginarme pogromos en Alemania... Al menos aquí reina una atmósfera de bajeza, cobardía, tan reaccionaria y retrógrada que cuadra con ellos. En ese sentido, podés estar completamente tranquila por el sur de Rusia. Como el conflicto entre el Gobierno de Petrogrado y la Rada se ha agudizado tanto, no tardará en llegar una resolución y un esclarecimiento que permitirá entender la situación. Desde cualquier punto de vista, no tiene sentido ni propósito que te consumas de miedo e intranquilidad por algo incierto. Sé valiente, chiquita mía, levantá la cabeza, mantenete firme y serena. Todo va a mejorar, ¡no empieces siempre por esperar lo peor! Tengo firmes esperanzas de que nos vamos a ver pronto, en enero. Parece que Mathilde Wurm también quiere venir en enero. Me costaría renunciar a su visita ese mes, pero claro, yo no puedo decidirlo. Si no te queda más opción que venir en enero, dejémoslo así. ¿Tal vez Mathilde Wurm pueda venir en febrero? De todos modos, quiero saber pronto cuándo te veré.

 

Ya hace un año que Karl está preso en Luckau. Este mes he pensado mucho en él. Justo hace un año, vos estabas conmigo en Wronke y me trajiste ese hermoso arbolito de Navidad... Este año me trajeron uno, pero es un ejemplar bastante pobre, con ramas rotas; no se compara con el del año pasado. No sé cómo voy a colocarle las ocho velitas que logré conseguir. Esta va a ser mi tercera Navidad en prisión, pero no te lo tomes a pecho. Yo estoy tan tranquila y alegre como siempre. Anoche estuve despierta mucho tiempo –ahora no me puedo dormir antes de la una, pero tengo que irme a la cama a las diez–, entonces sueño cosas en la oscuridad. Ayer, por ejemplo, pensé: qué raro es que yo viva continuamente en un estado de alegría, sin ninguna razón en especial. Aquí estoy, por ejemplo, acostada en esta celda oscura sobre un colchón tan duro como una piedra; todo el edificio está en su silencio habitual de cementerio, una se siente como en la tumba; en el techo se refleja la luz del farol que arde toda la noche frente a la prisión. De vez en cuando, se oye apenas el rumor lejano de un tren que pasa, o justo debajo de las ventanas, el carraspeo del centinela, que da unos pasos lentos con sus pesadas botas para mover las piernas entumecidas. La arena cruje bajo esos pasos con una desesperanza tal, que en ese sonido se escucha toda la desolación y el callejón sin salida de la existencia, flotando en la noche húmeda y oscura. Y yo ahí, acostada en silencio, envuelta en esos múltiples velos negros de oscuridad, aburrimiento, encierro e invierno, y, sin embargo, el corazón me late con una alegría interior incomprensible y desconocida, como si caminara bajo el sol radiante por un campo florido. Y sonrío en la oscuridad a la vida, como si supiera algún secreto mágico que refuta todo lo malo y lo triste, y lo transforma en pura claridad y dicha. Entonces intento encontrar una razón para esa alegría, no hallo ninguna, y tengo que volver a reírme de mí misma. Creo que el secreto no es otro que la vida misma; la noche profunda y oscura, si se sabe mirar bien, es tan bella y suave como el terciopelo. Y en el crujido de la arena húmeda bajo los pasos lentos y pesados del centinela, también canta una pequeña y hermosa canción de la vida, si se sabe escuchar de verdad. En momentos así pienso en vos. Querría tanto poder compartirte esta llave mágica, para que en todo momento y en cualquier circunstancia sepas captar lo bello y gozoso de la vida, para que también vos vivas en éxtasis y camines por un prado multicolor. No se trata, claro, de consolarte con ascetismo ni con alegrías imaginarias. Yo te deseo todos los placeres reales de los sentidos. Solo quiero sumarle a eso mi inagotable alegría interior, para poder estar tranquila por vos, para que camines por la vida envuelta en un manto estrellado que te proteja de todo lo pequeño, trivial y angustiante.

 

Recogiste en el parque de Steglitz un hermoso ramo de bayas negras y violetas. Las negras pueden ser saúco –sus bayas cuelgan en racimos densos y pesados entre grandes hojas compuestas, seguro las conocés– o, más probablemente, aligustre: racimos finos, elegantes, erguidos, con hojitas verdes estrechas y alargadas. Las bayas violetas, escondidas entre hojitas, pueden ser de la cotoneaster. En realidad, son rojas, pero en esta época del año, ya un poco pasadas y podridas, suelen aparecer con un tono violáceo-rojizo; sus hojas se parecen a las del mirto: pequeñas, puntiagudas, verde oscuro, y coriáceas por arriba, rugosas por debajo.

 

Sonyusha, ¿conocés El tenedor fatal, la obra de teatro de von Platen? ¿Podrías enviármela o traérmela? Karl mencionó que la leyó en casa. Los poemas de George son hermosos; ahora sé de dónde viene el verso: “Und unterm Rauschen rötlichen Getreides” [¡Y en medio del susurro del trigo rojizo!] que solías recitar cuando paseábamos por el campo. ¿Podrías transcribirme el nuevo “Amadis”? Me gusta mucho el poema –claro, gracias a la canción de Hugo Wolff– pero no lo tengo aquí. ¿Seguís leyendo esa leyenda de Lessing? Volví a la Historia del materialismo de Lange, siempre es estimulante y refrescante. Me gustaría que lo leas alguna vez.

 

Ay, Sonitschka, el otro día sentí un dolor punzante; al patio, en donde suelo caminar, llegan carretas llenas de bolsas con uniformes de soldados, a veces con manchas de sangre ... aquí se los deja, se los reparte en las celdas, se remiendan, luego se vuelven a cargar y se entregan a los militares. El otro día llegó una carreta tirada por búfalos en lugar de caballos. Era la primera vez que veía a esos animales de cerca. Son más fuertes y anchos que nuestro ganado, tienen la cabeza plana y cuernos aplanados y curvos, los cráneos se parecen más a los de nuestras ovejas; eran completamente negros, tenían ojos grandes y mansos. Vienen de Rumania, trofeos de guerra... los soldados que conducen las carretas contaron que fue muy difícil atrapar a esos animales salvajes y aún más difícil hacer de ellos, acostumbrados a la libertad, bestias de carga. Fueron terriblemente golpeados hasta que aprendieron el significado del vae victis... Dicen que en Breslavia hay por lo menos un centenar de animales; ellos, acostumbrados a los exuberantes pastos rumanos, se alimentan en un campo miserable y estéril. Son explotados sin piedad para mover todo tipo de carros y mueren rápidamente en el proceso.

 

Hace unos días entró un carro con bolsas, la carga estaba tan apilada que el búfalo no podía cruzar el umbral de la puerta de entrada. El soldado que lo acompañaba, un tipo brutal, comenzó a golpear al animal con el mango del látigo de tal manera que el guardia le preguntó indignado si no tenía piedad de los animales. “Nadie siente piedad por nosotros, los humanos”, respondió con una sonrisa maliciosa y golpeó aún con más fuerza... Finalmente, los animales entraron con la montaña de bolsas; uno de ellos sangraba... Sonitschka, la piel de búfalo, que es increíblemente gruesa y dura, estaba abierta.

 

Durante la descarga, los animales se quedaron quietos, exhaustos, y uno de ellos, el que sangraba, tenía la mirada perdida, la expresión en su rostro y sus ojos negros eran como los de un niño llorando. Era la expresión de un niño que ha sido duramente castigado y no sabe para qué, por qué, no sabe cómo escapar de la tortura y la fuerza bruta... yo estaba enfrente y el animal me miró; me corrieron lágrimas: eran sus lágrimas; la muerte de nuestro hermano más querido no es capaz de expresar el dolor de ese llanto mudo. ¡Qué lejos, cuán inaccesibles eran las verdes, exuberantes y extensas praderas de Rumania! ¡Qué distinto era el resplandor del sol, la caricia del viento, el hermoso cantar de los pájaros o las melodías de los pastores! Y aquí... esta ciudad extraña y espantosa, el establo horrible, el heno asqueroso y mohoso mezclado con paja podrida, la gente extraña y atroz, y... los golpes, la sangre que sale de la herida fresca... Oh, pobre búfalo, mi pobre y amado hermano, los dos estamos aquí tan impotentes y apáticos, somos uno en el dolor, en la debilidad, en el anhelo. Entre tanto, los prisioneros se amontonaban en torno a la carreta, descargaban los ​​sacos pesados y los arrastraban hacia la prisión; el soldado se metió ambas manos en los bolsillos del pantalón, dio unas zancadas por el patio, sonreía y silbaba bajito una canción popular. Toda la pomposa guerra me pasó de largo...

 

No tardes en responder, un abrazo.

Tuya, Rosa.

 

Sonyusha, querida, a pesar de todo, mantené la calma y la alegría. Así es la vida y así hay que recibirla, con valentía, resolución y von Platen von Platen sonriente... a pesar de todo.

Rosa


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