Hace tres años vi en mi jardín, a principios de junio, cómo las grosellas rojas y blancas habían sido invadidas por las orugas aquí retratadas. Pude presenciar los estragos que les hacen a estas plantas: de ellas sólo quedan las orugas; se comen hasta los tallos de las grosellas verdes y casi todas caen al suelo y mueren. A estas orugas también las he visto en setos comunes, donde crecen endrinos y escaramujos, pero en menor cantidad.
Se mueven de una forma extraña porque tienen pocas patas. Adelante tienen las seis garritas, pero en lugar de tener ocho patas, sólo tienen las dos finales; esta parte de su cuerpo es amarillenta, en cambio, las patitas y la cabeza son de color negro. Cuando quieren moverse lo que hacen es llevar las patas traseras hasta la parte superior. En ese movimiento elevan todo su cuerpo. Es difícil controlar su reproducción porque esconden muy bien sus huevos en las pocas hojas verdes que dejan. Esos huevos son amarillos y un poco más chiquitos que un grano de mijo, como vemos en el grabado.
Las orugas suelen comenzar su transformación ya a mediados de julio. Primero forman un huevo alargado; luego, a finales del mismo mes, salen sus polillas, aún no formadas completamente. Esto no hay que pasarlo por alto, ya que es muy extraño y casi nunca sucede que el carozo tenga el color de la oruga, o que la oruga el de la polilla. Ciertamente sucede lo contrario, es decir, una oruga negra se convierte en una polilla blanca, y de una verde surge una polilla marrón, etc. Lo mismo se esperaría que suceda en este caso.
No tengo intención de burlarme de nadie, pero la oruga de la que estamos hablando, y que se puede ver en la mitad del grabado, se transformó en un carozo amarillo y negro, y la polilla que salió de él era amarilla y blanca; además, los huevos también eran amarillos. Sólo los expertos saben tanto como para que un solo ejemplo no los distraiga de la idea general. Más bien, prefieren hablan de anomalías y no de casos.
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