Kurt Schwitters: Nuevas banalidades
- Buchwald

- 24 ago
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Y
Entonces llegaron a la conjunción “y”. Les molestó el trabajo de añadir algo a algo. Así que se detuvieron en la conjunción “y”. ¿Por qué no lo hacen los otros, esos vagos? Pero si la conjunción “y” obligaba a los demás a hacer algo, también los obligaba a ellos. Y como ya habían cumplido con su deber, es decir, con la conjunción que forma el comienzo del texto, ahora los demás deberían hacer su parte, su deber, obligación. Se pusieron a pensar. La palabra “entonces” fue su punto de partida. A partir de ese “entonces”, se movieron, es decir, tuvieron un movimiento a partir de “entonces”, que ahora terminaba. Y terminó en la conjunción “y” porque habían dado con ella. La conjunción “y” se había chocado contra ellos, por así decirlo, y eso les dolió, los aturdió un poco, pero sobre todo, los irritó, no porque se hubiera chocado contra ellos, sino porque los habían chocado a ellos. Por eso estaban indignados. Los demás estaban en alguna parte, al acecho, y se alegraban de que ellos se hubieran chocado y de que ahora tuvieran que hacer el trabajo. Los otros seguro se habrían negado a hacer el trabajo, hubieran dicho que ellos no eran los únicos que estaban obligados a llevar a cabo el trabajo de añadir. Se preguntaron por qué los demás actuaban así. Muy sencillo, porque a partir de la observación de sus propias características sabían que la gente solía actuar así y no de otra manera. Desde el principio daban por hecho que los demás tenían características similares a las de ellos. Eso era obvio. Porque, en el fondo, ellos no pensaban diferente a los demás. ¿Por qué los demás pensarían de manera diferente a ellos? Por lo tanto, los demás también cometerían las mismas faltas que ellos. En consecuencia, los demás no querrían hacer el trabajo de tener que añadir algo a algo, porque no sentirían la obligación de hacer el trabajo. Por lo tanto, los demás también se chocarían con la conjunción “y” tan pronto como se les presentara, porque los demás pensarían en ellos mismos, es decir, que ellos se chocarían. ¿Y por qué los demás actuarían de forma diferente a ellos? Entonces se dieron cuenta de que los demás, que habían comenzado y llevado a cabo la última oración con “y”, al parecer no se habían chocado con ella, sino que querían unir, sin descaro, una oración con otra con la conjunción “y”. La forma de actuar de los demás les pareció ambiciosa y descarada. Había algo de arrogancia en ese acto, porque los demás lo habían hecho. Y los demás, sin duda, lo habían hecho solo para dar la impresión de que eran los más diligentes. Querían quedar mejor. Estas reflexiones los llevaron a darse cuenta de que era una maldad que alguien se choque con la conjunción “y”, y era malo no porque fuera malo en sí mismo, sino por las reflexiones que se podían derivar de ello. Y ahora se dieron cuenta de que quizás habían añadido todas estas reflexiones a la conjunción “y” solo para no tener que añadir algo a algo. Y no está bien reflexionar, añadir, para no tener que añadir nada. Porque, al final, uno, incluso, podría quedar en ridículo al anunciar que no quiere hacer nada innecesario cuando, en realidad, ha hecho un gran trabajo innecesario. Es decir, los demás no solo quedarían como los buenos, sino que además serían mucho más consecuentes que ellos. Pero ellos también querían ser buenos, como los demás, y no por un impulso hacia el bien, sino porque los otros lo eran. Por eso, para que todos pudieran oírlo, dieron un paso hacia adelante y gritaron: “¡Y Y Y!”.
Y siguieron.
1925

Sin título, 1946-1947
NÚMEROS
(POEMA A DOS VOCES)

What a b what a b what a beauty
What a b what a b what a beauty
What a b what a b what a a
What a beauty beauty be
What a beauty beauty be
What a beauty beauty beauty be be be
What a be what a b what a beauty
What a b what a b what a a
What a be be be be be
What a be be be be be
What a be be be be be be be a beauty be be be
What a beauty.

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