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Friedrich Nietzsche: ¡Qué tonto! ¡Qué poeta!

¡Qué tonto! ¡Qué poeta!


En ambiente crepuscular,

cuando el consuelo del rocío

emana hacia la tierra,

invisible, inadvertida

–el rocío lleva también un calzado delicado,

como todo lo que consuela–,

recordás, recordás, ardiente corazón,

que una vez moriste de sed,

por lágrimas celestiales y gotas de rocío,

seco y cansado, sediento,

mientras en los senderos amarillos de la hierba

las miradas del sol malignas y vespertinas

a través de árboles negros se apresuraban y te envolvían,

miradas del sol cegadoras encendidas, maliciosas.


“¿Vos? El pretendiente de la verdad” –así se burlaba–.

“¡No! ¡Sólo un poeta!

Un animal, uno astuto, uno de rapiña, uno rastrero,

uno que tiene que mentir,

que premeditadamente, intencionalmente, tiene que mentir,

ávido por una presa,

variopinto en máscaras,

él mismo máscara,

él mismo presa,

Eso, ¿el pretendiente de la verdad?…

¡Qué tonto! ¡Qué poeta!

Qué variopinto parloteo,

desde la máscara de un payaso variopintas excusas,

sin rumbo avanza sobre falsos puentes de palabras,

sobre arcoíris de mentiras

entre cielos falsos

errando, arrastrándose sin rumbo

¡qué tonto! ¡qué poeta!…


Eso, ¿el pretendiente de la verdad?…


Ni inmóvil, ni rígido, ni liso, ni frío,

ni transformado en representación,

ni pilar divino,

ni colocado ante templos,

de un dios el guardián:

¡No! Hostil hacia aquellos monumentos de virtud,

en lo inhóspito más a gusto que en templo,

lleno de malicia felina

salta ágil a través de cualquier ventana

¡Silencio! Aprovecha cada casualidad,

olfateando cada selva desconocida,

vos, que en selva desconocida

entre fieras de hirsuto pelaje,

pecaminosamente sano y hermoso corriste,

hocico lascivo,

beatitud en la malicia, beatitud en lo infernal, beatitud en lo sanguinario,

ibas saqueando, arrastrándote, mintiendo...


O como el águila, que mantiene fija,

estática la mirada en abismos,

en sus abismos…

–¡oh, cómo baja,

desciende, entra, ensortijándose

en profundidades cada vez más profundas!

Luego,

de pronto,

vuelo preciso,

lista la embestida

se abalanza sobre corderos

se precipita impetuoso, muerto de hambre,

ávido por corderos,

rencoroso hacia toda alma de cordero,

rabioso y rencoroso hacia todo lo que parezca

virtuoso, ovejil, rizado-lanudo

tonto, con buena voluntad corderil…

Así que

como el águila, como la pantera

son los deseos del poeta,

son tus deseos detrás de mil máscaras,

¡vos, tonto! ¡vos, poeta!…


Vos que a la humanidad examinaste,

al Dios y a la oveja,

–despedazando al Dios

como a la oveja

y riendo al despedazarlos–

esa, esa es tu dicha,

la dicha de una pantera y un águila,

¡la dicha de poeta y de tonto!”…


En ambiente crepuscular,

cuando la hoz lunar,

verde entre rojos carmesíes,

llega arrastrándose envidiosa,

la enemiga del día

sigilosa

las estelas rosas

corta con su hoz hasta que se hunden,

pálido perderse en lo profundo de la noche:

así me hundí yo una vez

desde mi locura por la verdad,

desde mis desos diurnos,

cansado del día, enfermo por la luz,

me hundí hacia el crepúsculo, hacia la sombra,

por una verdad

quemado y sediento

–¿recordás todavía, recordás ardiente corazón

cómo morías de sed?–

¡Que me destierren

de toda verdad!

¡Qué tonto! ¡Qué poeta!...


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