Mi objetivo no es una pintura de animales que destaque de las demás. Busco un estilo apropiado, puro y claro, en el que se despliegue con todas sus fuerzas al menos parte de lo que los pintores modernos van a tener que decirme. Es decir, un sentir del ritmo orgánico de todas las cosas, una empatía panteísta en el vibrar y el fluir de la sangre en la naturaleza, en los árboles, en los animales, en el aire… busco convertir todo eso en cuadros, plasmarlo con nuevos movimientos y colores que se burlen de nuestra vieja pintura de caballete. En Francia hace más de cincuenta años que uno puede formarse para alcanzar ese objetivo. Un camino recto conduce de Delacroix a Millet y pasa por Degas, Cézanne, van Gogh y los puntillistas; y los franceses más jóvenes ya compiten por alcanzar esa maravillosa meta. Solo que, curiosamente, evitan a conciencia el reproche más natural que se le puede hacer a este tipo de arte: la imagen animal. No veo mejor medio para "animalizar el arte" [como me gustaría llamarlo] que la imagen animal. Por eso la uso. [Lo que anhelamos podría ser llamado una animalización del sentir del arte]. En van Gogh o Signac todo se ha animalizado: el aire, incluso las embarcaciones sobre el agua, y, sobre todo, el cuadro en sí. Estos cuadros ya no tienen ningún parecido con lo que en el pasado solía llamarse “cuadro”.
Mi arte es un intento en la misma dirección. Expresar el fluir de la sangre en dos cuerpos de caballo con múltiples paralelismos y vibraciones de líneas. El observador no debería preguntar por la "raza del caballo", sino sentir la vida animal que vibra en él. Deliberadamente intenté quitarle a los caballos toda particularidad. De ahí, por ejemplo, la violencia de las extremidades, que, hasta cierto punto, son poco caballunas.

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