Sindelsdorf, 22.3.1912
Estimado Kandinsky, su carta me tomó completamente por sorpresa. Nunca hubiera imaginado que nuestro trabajo en conjunto iba a llegar a un callejón sin salida. Parece enojado y ve fantasmas. Perdone la expresión, y no crea que estoy tomando su carta a la ligera o tratando de quitarle seriedad. La verdad es que no siento que haya cambiado el tono que se supone tengo con usted. Al principio de nuestra colaboración, usted mismo enfatizó que no era en absoluto necesario que tuviéramos siempre las mismas opiniones; además sería imposible que dos personas de distintas edades y experiencia, que vienen de dos lugares completamente diferentes y que apenas se conocen hace un año, piensen igual.
Por eso, en una relación así, trabajar se basa en la confianza mutua: confianza en la calidad de la personalidad del otro; por mi parte, sin embargo, esa confianza es inquebrantable. Dice de usted mismo que suele preferir no decir nada y que después tiene que arrepentirse de su complacencia. Solo se me viene a la cabeza un caso: mi opinión sobre die Brücke. (El hecho de que algunos otros berlineses, que apenas me gustaban más que usted, también expusieran fue un error mío; lo admito libre y abiertamente. Creo que lo mismo le sucedió a usted en Suiza. Nuestro catálogo no le hace ningún honor al bueno de Helbig. Pero estas son cuestiones secundarias, errores tácticos que probablemente no tengan peso en nuestra discusión). En última instancia, ¿estamos realmente en desacuerdo sobre Heckel, Kirchner y Pechstein (especialmente Heckel)?; ¿eso representa un problema? Para mí es un incentivo, no un callejón sin salida. No es que no tenga el mismo aprecio que tiene usted por Schönberg como pintor… quizá lo tenga algún día, pero no por cortesía o de forma automática. Lo mismo se aplica a las obras actuales de la señora Münter (no, por ejemplo, a las de la 1ª Exposición El jiente azul, que me gustaban mucho). No estoy seguro, no veo claro el objetivo y tengo mis dudas personales como pintor sobre algunos de sus medios. Pero sería igual de vergonzoso para mí si alguien sintiera hostilidad o una crítica negativa que no existe en absoluto, así como la demanda (seguramente ajena a usted) de que esté a favor o en contra de todo lo que se me presente. Después de todo, quienes pintamos seguimos siendo personas solitarias. Todo el mundo trata de aferrarse ansiosamente a sus pensamientos y, a menudo, tiene que cerrarse a los demás para no perderse a sí mismo. No creo que nadie practique esta virtud con más fuerza –y a veces con más dureza– que la señora Münter; una actitud que me parece perfectamente comprensible y digna. ¿Por qué arroja una luz que deforma tanto los estados de ánimo y las conmociones internas delicadas cuando dice: “Su comportamiento hacia ella [Gabriele Münter] fue particularmente extraño”? Usted está enojado; lo sentí cuando estuvo en Múnich; pero no se me ocurrió pensar en que nuestra relación, que me parecía intacta, podría tener la culpa; además, las dos veces en Múnich estuve cansado y no me sentía bien; usted mismo se veía tan demacrado que mi esposa y yo nos asustamos bastante; pensamos que estaba sobrecargado de trabajo. Hablamos sobre cómo podría ayudarlo, pero no vi muchas oportunidades, especialmente porque no tengo vivienda en Múnich.
Me escribe una frase de su filosofía de vida: “Uno no se acerca a los seres humanos sin ser castigado”. Me gustaría convencerlo de lo contrario: Uno no se acerca a los seres humanos sin recibir recompensa”; y es que hasta con su última carta no he hecho más que experimentar lo contrario de su máxima de vida. Por favor, créame. ¿Realmente impedí (o intenté hacerlo) que en “asuntos serios y abstractos” su postura no se impusiera? Siempre lo hago, pero no como usted, sin presionar a los demás. Más bien, tengo la tendencia a ser sumamente respetuoso con el hecho de “entrar” en el mundo intelectual tan delicadamente entretejido de otra persona, no pretendo sentirme como en casa en ese hermoso y extraño jardín; me inclino hacia los opuestos: mi amigo lucha aquí, yo lucho allá, pero estamos luchando por el mismo gran objetivo. Su carta comienza, de manera bastante incomprensible para mí, con el tema de la tapa de lujo. En una primera instancia fue usted quien insistió en que yo la dibujara. Lo hice de mala gana, con la sensación de no ser la persona adecuada para ello; yo mismo le dije, de eso estoy seguro, que no me gusta mi dibujo. Sí me gustó mucho el suyo, aunque no en la mutilación de Schiemann; así que sugerí (antes de darme cuenta de que no se puede colorear bien con negro en ese papel, pensé que faltaba el color en los pliegos de prueba) para facilitar la coloración, una tapa anterior suya. Luego dijo que era posible porque la figura negra se podía imprimir desde el bloque. Ahí vi una contradicción, porque si es así y se puede imprimir, entonces podría hacer una xilografía. La principal razón por la que el trabajo de Schiemann fracasó fue porque no podía clavar bien el negro. Pensé que mi tapa la habían descartado, la suya era mucho mejor. Se lo dije varias veces en Múnich. Igual, usted quería que Schiemann probara. La forma en que interpreta este tema inofensivo de la tapa está más allá de mi comprensión. Le dije que lo mejor sería encuadernar el libro en cuero, con su sello en la tapa y la tapa anterior en el interior. Siempre estuvimos de acuerdo en la dulzura de la publicación.
Después de tantas palabras me siento un loco; como una persona que tiene que probar lógicamente que cuando dice “buenos días” no está diciendo “buenas noches”. Porque cuanto más leo su carta, más incomprensible se vuelve para mí la razón y el significado de ella; como cuando de repente empieza a llover con el cielo azul más claro. Espero que no caiga granizo, sino que brille un poco el sol. Preferiría haber hablado personalmente de todo esto.
Semper idem
Suyo, Fz. M.
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