Aquello que todo lo conoce y nadie puede conocer es el sujeto. Por lo tanto, es el sostén del mundo, la condición universal y necesaria de toda manifestación, de todo objeto: lo que existe, solo existe para el sujeto. Cada uno llega a conocerse como sujeto solo en la medida en que conoce, no en cuanto objeto de conocimiento. Sin embargo, su cuerpo ya es objeto. Por lo tanto, y bajo este punto de vista, lo denominamos representación. Pues el cuerpo es un objeto entre objetos y está subordinado a las leyes de los objetos, a pesar de ser un objeto inmediato [unmittelbares Objekt]. Como todos los objetos de la percepción, este se encuentra inmerso en las formas de todo conocer, en el tiempo y el espacio, y estas establecen la pluralidad. Pero el sujeto, el que conoce, nunca conocido no está dentro de estas formas, sino más bien es siempre su supuesto: así que al sujeto no le corresponde ni la multiplicidad ni su opuesto, la unidad. Nunca lo conocemos, más bien, es este el que conoce allí donde se conoce.
Por lo tanto, el mundo como representación, desde cualquier perspectiva que aquí tomemos, tiene dos mitades esenciales, necesarias e inseparables. Una es el objeto: su forma es el tiempo y el espacio, y, mediante esta, se da la pluralidad. El sujeto, la otra mitad, no se encuentra en el tiempo y el espacio: se encuentra, en su totalidad y sin división alguna, en todo los seres capaces de representación; es por eso que un solo individuo es capaz de completar con el objeto el mundo como representación con la misma efectividad que como los tantos millones existentes: pero si ese individuo desapareciera, el mundo como representación desaparecería. Es así que estas mitades son inseparables, incluso para el pensamiento: cada una de ellas tiene solo significado y existencia por y para la otra, existe con ella y desaparece con ella. Se limitan mutuamente: donde comienza el objeto, cesa el sujeto. El carácter común de este límite se manifiesta precisamente en el hecho de que las formas esenciales y, por lo tanto, universales de todo objeto, es decir, tiempo, espacio y causalidad, pueden ser plenamente descubiertas y conocidas a partir del sujeto, incluso sin conocer al objeto; en el lenguaje kantiano significa que se encuentra a priori en nuestra conciencia. Haber descubierto esto es uno de los grandes méritos de Kant.Yo afirmo, además, que el principio de razón [Satz vom Grund] es la expresión común de todas estas formas del objeto que conocemos a priori, y que todo lo que conocemos puramente a priori no es más que el contenido de ese principio y lo que de él se puede derivar, por lo tanto, se expresa todo nuestro conocimiento a priori.
En mi tratado Sobre el principio de razón [Über den Satz vom Grunde] demuestro cómo todo objeto está sometido a este principio, es decir, se encuentra en una relación necesaria con otros objetos, por un lado, como determinado; por otro, como determinante: esto llega a tal punto que la relación de todos los objetos, en la medida en que sean objetos, representaciones y nada más, se reduce totalmente a aquella relación necesaria entre ellos, y no consiste más que en ella, es decir, es totalmente relativa. [...]
El mundo como voluntad y representación, 1819
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