Alfred Lichtwark: Sobre Hodler y Klimt
- Buchwald

- 9 nov
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Actualizado: 11 nov
Hamburgo, 22 de mayo de 1905
Las reuniones de la Asociación de Artistas en la Galería Nacional, con Hauser y el fotógrafo, se convirtieron en un chassez-croisez diario. El desayuno y las comidas que compartía con los señores de la junta directiva me consumían mucho más tiempo de lo habitual. Por supuesto que valía la pena. Debo confesar que ahora veo a Klimt de una manera completamente distinta a como lo hacía antes, y que la esencia de Hodler ha tomado forma humana en mí. No es que antes no los admirara –“toda comprensión comienza con la admiración”, dice Goethe–, pero un contemporáneo no puede abordar por completo una obra de arte sin conocer a su creador. En el caso de Klimt y Hodler, la persona es la viva explicación de la obra.
Pocas veces he disfrutado tanto de una exposición como la de Charlottenburg. Hodler y Klimt tienen una sala para cada uno. Ambos son nuevos para los berlineses, y ambos les dan mucho en qué pensar, ya que persiguen algo que nadie en Berlín busca como ellos: el estilo. En Berlín, predomina el realismo de la línea de Menzel, reforzado y tal vez también encubierto por las pinceladas del impresionismo francés. Hodler y Klimt revelan mejor que nadie la singularidad de Liebermann y sus seguidores.
A Hodler no lo conocía en persona; a Klimt, solo superficialmente. Hodler se parece a su obra; nadie, sin embargo, se haría, a partir de los cuadros de Klimt, una idea que coincidiera con la apariencia real del maestro.
De estatura apenas mediana, con cuello de toro, ojos azules brillantes, de barba y cabello oscuros y abundantes, Hodler evoca la idea de la fuerza primitiva. Los colegas de la junta directiva lo llamaban Guillermo Tell sin antes haberse puesto de acuerdo. Habla un alemán áspero de los suizos de Schwyz y un francés también áspero, pero más fluido, y probablemente prefiera hablar esa lengua. Discute con coherencia, es recio cuando se expresa en alemán y, a menudo, elegante cuando habla en francés. A pesar de sus casi sesenta años, las mujeres lo afectan como a un muchachito.
La exposición de Hodler que organizó la Secesión de Viena tuvo la sensibilidad adecuada: omitió a todos los realistas y lo puso junto a Munch. Hodler debería hacernos un cuadro. Y a mí me gustaría tener El día [Der Tag] y El elegido [Der Auserwählte].
Quien dé una vuelta por la sala de Klimt podría imaginarse al artista como un hombre joven, de figura esbelta, manos muy finas, atuendo de esteta y movimientos lentos. Pero él es robusto, más bien gordo, un atleta al que bien le habría gustado luchar contra Hodler, tiene modales entusiastas, recios y de muchacho de campo, la piel morena de un marinero, pómulos fuertes y ojos pequeños y ágiles. Quizás para alargar su rostro, lleva el cabello sobre las sienes. Eso es lo único que remotamente sugiere un individuo dedicado al arte. Cuando habla, su voz es fuerte y con un marcado dialecto vienés. Le gusta hacer bromas ruidosas.
A partir de su apariencia, sus cuadros cobran un sentido completamente nuevo. Antes, en sus delicados retratos de mujeres, nunca había sentido con tanta intensidad la realidad. Por supuesto había expuesto un gran número, y uno elevaba y explicaba al otro. Cuando me pregunto si conozco en Francia, Inglaterra o Norteamérica a un artista que capte a la muchacha o a la mujer moderna con tal sensibilidad, que pueda expresarla con tanta nobleza, encanto y de forma tan natural y sin afectación, no se me ocurre ningún nombre. Sargent es un charlatán a su lado. A primera vista, los elementos decorativos de los fondos planos y sin espacio, animados por hermosas manchas inventadas por el artista, son tan fuertes que uno comienza a sentir que la misma arbitrariedad rige en las figuras. Pero en sus cuadros todo es naturaleza. Las composiciones simbólicas y todos sus detalles me dejan una impresión de poemas cromáticos. Incluso los artistas berlineses admiran su dibujo y sensibilidad por la forma. Pero también ellos se enfrentan al contenido de los cuadros sin conocerlo a él. Si los amigos vieneses de Klimt, que lo conocen mejor, no hubieran estado allí, los artistas berlineses habrían colgado al revés su obra más importante.
Briefe an die Kommission für die Verwaltung der Kunsthalle. Hamburgo: Westermann, 1923, p. 137.











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