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  • Buchwald

Alfred Döblin: Arnold Schönberg, 1912

El concierto de Schönberg en la Choralionsaal la semana pasada ha sido objeto de excesiva burla por parte de muchos –en mi opinión, la mayoría– críticos musicales berlineses. Y la verdad es que no se puede decir que aquellos que no escribieron tampoco se hayan burlado. Los señores simplemente fracasan ante la tarea más simple. Tan pronto como se los obliga a emitir un juicio independiente, fallan: lo que no se encuentra alineado con el discurso de conservatorio, que la mayoría tiene bien aprendido, no va a obtener reconocimiento. Inteligencias subalternas, cuya única habilidad es esperar la pensión. En el ámbito literario –y con esto me refiero a los escritores– es mucho mejor, mucho más saludable; los autores también sabemos hacer ruido cuando es necesario.

 

Los músicos están indefensos, la mayoría no se destaca en la escritura; cualquier chef con un libro de cocina está por encima de ellos. Las críticas en los diarios corrompen el juicio del público, son una enfermedad para la difusión del arte. En la ciencia, no pasa esto; el expositor tiene la simple y honesta tarea de dar su informe; la crítica la realizan aquellos que luego estudian el tema. Es difícil entender por qué los grandes editores de los diarios –estos astutos hombres de negocios que saben cómo perjudica a su empresa cualquier noticia que tengan que desmentir– permiten una práctica tan insostenible como la crítica diaria, con la que se ridiculizan ante cualquier persona seria. Tenemos suficientes revistas de arte; hay personas que tienen una conexión más estrecha con el arte. Todo el sistema, ese caos de eventos, política, bolsa, arte es absurdo; el conjunto es un engendro incomprensible. Los esfuerzos de personas serias no pueden ser tratados de manera tan casual e intrascendente, no es posible que cualquier persona –digo deliberadamente “cualquier persona”– pueda emitir un juicio demoledor en unas pocas líneas y, el resto, la verdadera crítica, queda entonces a la “maduración” del talento y a otras conocidas artimañas discursivas. Es demasiado fatalista por parte de los editores y el crítico responsable no sabe lo que significa la responsabilidad. 

 

No pertenezco al mundo de los críticos, mucho menos al de la crítica musical; solo tengo una cercanía más que conocida con el arte. En cuanto a Schönberg, los señores de la crítica lo pasaron por alto de manera aplastante, luego, como demostraré, evidenciaron ignorancia teórica. De hecho, se puede hacer música como Schönberg, esas composiciones pueden considerarse música. La música, en el fondo, no tiene nada que ver con motivos, melodías, armonía o ritmo; en nuestro continente se ha desarrollado dentro de esa regla de orden. La relatividad de lo que es armonía ha sido demostrada con suficiente reconocimiento por parte de muchos compositores más recientes; la melodía se pierde en la mayoría de ellos. Sus días parecen contados. Con el ritmo no es distinto. Por lo tanto, al menos objetivamente, escribir “Schönberg es un documento de la vergüenza de nuestra época” es un error. Schönberg no es la vergüenza, sino la época. Hay que escribirlo: es quizás el músico más progresista de una tendencia musical dominante. Yo, personalmente, negaría completamente su originalidad. Hoy en día es más original, para un artista honesto que se encuentra en el meollo de la vanguardia, componer de manera melódica, etc… en una especie de política del desafío. 

 

No se puede negar su buena voluntad artística. Como dije sobre las pinturas de los futuristas: de vez en cuando se necesita espacio, se necesita airear las cosas; y no se puede hacerlo sin decir “basta”. Y si el artista incluso lo quiere, intelectualmente lo quiere, entonces esa intelectualidad, esa voluntad no es una mácula en su arte. Después de todo, como artista, uno no es un ganado. 

 

Desde un punto de vista teórico, esta música es incuestionable. Queda Schönberg. Lo escuché por primera vez; cuarenta minutos duró el concierto; un recital con textos maravillosos de Albert Giraud [en traducción de Otto Erich Hartleben]. Su música cautiva enormemente: hay sonidos, movimientos en ella, como nunca antes había escuchado. Con algunas canciones tuve la impresión de que sólo podrían haber sido compuestas de esa manera. Debería decir mucho más sobre estas canciones. Me pareció que estamos en un terreno nuevo, todavía difícil de recorrer. Hay que escuchar más a Schönberg, profundizar más en su estilo, me reservo mi juicio sobre su talento. Su instinto artístico es innegablemente evidente.





 lbert Giraud [en traducción de Otto Erich Hartleben]

 

Primera parte


Embriagado de luna


El vino que bebemos con los ojos

es un mar que fluye de la luna,

y su marea viva anega el mudo

horizonte.

 

¡Deseos delicados, horrorosos,

nadan entre las olas, son millares!

El vino que bebemos con los ojos

es un mar que fluye de la luna.

 

El poeta, movido por el fervor, 

embriagado en divino brebaje,

extasiado levanta 

el rostro y, tambaleante, saborea

el vino que bebemos con los ojos.


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