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Buchwald

Hugo Ball: Manifiesto inaugural de la primera velada DADA en el Cabaret Volaire (1916)


Dada es un nueva tendencia artística. Se ve que hasta ahora nadie la conocía, y mañana, todo Zürich va a hablar de ella. Dada proviene del diccionario. Es terriblemente simple. En francés significa “caballito de calesita”. En alemán, “adiós”, “dejame en paz”, “¡hasta nunca!”. En rumano: «sí, efectivamente, tenés razón, claro que sí, dale, de acuerdo».

Una palabra internacional. Sólo una palabra, y la palabra como movimiento. Muy fácil de entender. Terriblemente sencilla. Si a partir de esto se crea una tendencia artística, es porque se quiere evitar complicaciones. Psicología dada, literatura dada, burguesía dada, y ustedes, muy venerados poetas, siempre hicieron poesía con palabras, pero nunca poesía de la palabra misma. Esas palabras con las

que hacen poesía son sólo en torno al mero hecho. Guerra Mundial dada y no hay fin, Revolución dada y no hay principio, ustedes dada y también-poetas, queridísimos, manufactureros y evangelistas dada Tzara, dada Huelsenbeck, dada m’dada, dada mhm, dada dera dada Hue, dada Tza.

¿Cómo se logra la beatitud eterna? Diciendo dada. ¿Cómo se llega a la fama? Diciendo dada. Con ademán noble y buenos modales. Hasta la locura. Hasta la inconsciencia. ¿Cómo nos podemos deshacer de todo lo escuridizo, periodístico, agradable e impecable, moralizado, europeizado, afectado? Diciendo dada. Dada es el alma universal, dada es el éxito. Dada es el mejor jabón de leche de azucenas del mundo. Dada señor Rubiner, dada señor Korrodi. Dada señor Anastasius Lilinstein.

En cristiano: hay que valorar la hospitalidad de Suiza por encima de todo. Y en

cuestiones de estética, lo esencial es la calidad.

Voy a leer poemas que no pretenden más que: renunciar al lenguaje convencional, ad acta. Johann “paso de zorro” [Fuchsgang] Goethe dada. Stendhal dada. Dalai Lama dada, Buda, Biblia y Nietzsche. Dada m’dada. Dadá mhm dada da. Todo depende de las conexiones y de suspenderlas un poco. No quiero palabras que otros hayan inventado. Todas las palabras las inventaron otros. Quiero mi propia extravagancia, mi propio ritmo con las vocales y consonantes que le correspondan. Si es una vibración de siete varas, quiero palabras adecuadas, palabras de siete varas. Las palabras del señor Schulze miden solo dos centímetros y medio.

Así se podrá apreciar cómo surge el lenguaje articulado. Dejo que las vocales den volteretas. Dejo que las palabras se den como maúlla un gato… Emergen palabras, hombros de palabras, piernas, brazos, manos de palabras. Au, oi, uh. Uno no debería dejar que salgan demasiadas palabras. Un verso es la oportunidad de quitarse toda la mugre de encima. Sin palabras y sin la lengua lo máximo posible. Esta maldita lengua está pegada a la suciedad como a manos de banqueros que han sobado las monedas. Quiero tener la palabra, donde acaba y donde empieza. Quiero que el lenguaje caiga por su propio peso. Ese maldito lenguaje, en el que se pega la mugre como en las manos de los corredores de bolsa que manosean las monedas. Quiero tener la palabra en su origen y en su fin. Dada es el corazón de la palabra.

Cada cosa tiene su palabra, pero la misma palabra se convirtió en una cosa en sí. ¿Por qué no voy a poder encontrarla? ¿Por qué no se le puede decir “pluplusch” al árbol y “pluplubasch” a la lluvia? Querido público, la palabra, la palabra, la palabra fuera de su contexto, de su sofoco, de esta ridícula impotencia, de su estupenda vanidad, fuera de esta constante repetición, de su evidente limitación.

La palabra, señores míos, la palabra es un asunto público de primer orden.

Zürich, 14 de julio de 1916

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