Capri, Villa Discopoli, 8 de marzo 1907
… al escribir esta carta me encontré con las bellas descripciones de tus paseos vespertinos, que, con tus sensibles palabras, hicieron que perciba mucho más de lo que tal vez esperabas abarcar al escribirlas fugazmente. Tus notas son muy buenas, seguras, resueltas, y cuando las volvamos a leer aquí juntos, te sorprenderá encontrar tanto en ellas. Algo, mucho, todo de lo que complementa y perfecciona encontrará su camino en ellas, y quizá podamos compilarlas, un viaje a Egipto como nadie ha sabido hacerlo y contarlo. Solo sigue recopilando impresiones; no pienses en comunicar y ser comprensible; captura con súbito gesto eso y aquello: lo fugazmente efímero, instantes de contemplación, súbitas revelaciones, que, generadas por algún encuentro, solo duran un segundo en ti; todo lo insignificante, que por lo general se torna significativo gracias a una pasajera intensidad del mirar o porque ocurre en un momento que lo consuma en toda su imperfección y lo valida permanentemente y le otorga un sentido profundo por alguna razón personal, que, al darse en el mismo instante que la imagen, se unifica con ella. Mirar es algo maravilloso que ignoramos casi por completo; nos dirige hacia el exterior, y precisamente cuando más lo estamos, algo que había esperado con ansias no ser observado acontece en nosotros, intacto y extrañamente anónimo, y, mientras se consuma en nuestro interior sin nosotros, su significado va creciendo en las cosas del exterior: un nombre más convincente, más poderoso, su único y posible nombre, en el que reconocemos al acontecimiento con dicha y reverencia, pero sin poder alcanzarlo, sino solo experimentarlo en total silencio, muy distantes, bajo la influencia de algo hace un instante desconocido y ya en el siguiente de nuevo perdido. Ahora a mí me pasa con los rostros; especialmente en las mañanas de esta época; ya temprano hace mucho sol, es muy luminoso, y cuando de las sombras de algún callejón surge de repente un rostro, puedo verlo con tanta claridad (claridad de los colores) que la efímera impresión se eleva espontáneamente a lo simbólico. Quisiera estar acompañado de alguien que supiera pintar; pintar en serio. Eso hace poco. Imagina: un prado verde y cuadrado, que, junto al inclinado mar azul oscuro, e ignorando el precipicio que los separa, da la impresión de ser totalmente plano. En el prado, a una mujer en rojo y naranja sentada, a otra en verde claro caminando entre blancas sábanas y manteles colgados para secarse, y que el viento mueve constantemente, a veces en formas vacías y contraídas, llenas de sombras translúcidas, a veces deslumbrantemente extendidas, y siempre rodeadas del nítido azul del mar e inundadas por el cielo que parece cubrirlo todo… etc. ¿No estaría Paula [Modersohn-Becker] encantada? ¿Por qué no aparece algún pintor que expulse a los mercaderes del templo, y haga lo que es tan necesario y natural?
Entonces, una vez más: haz muchos apuntes, incluso si no vas a releerlos (porque al hacerlo se es injusto, y mucho de lo que es necesario parece imposible), y, si puedes, haz dibujos con toda la urgencia del trazo improvisado. Ese será el material que vamos a ordenar, discutir y unificar respetando sus naturales quiebres. Vas a ver, encajan. Pero tiene que haber mucho, así uno puede despojarse de todo y sumergirse en el material… Mientras más, mejor… Escribe poco y ahorra palabras para tus notas y apuntes. (Mirar en el interior de las casas como si fueran la pulpa de una fruta es una experiencia que tengo de algún lado. ¿De Roma?). Mira, mira, mira…
De esta edición: https://www.uni-due.de/lyriktheorie/texte/1907_1rilke.html