Franz Kafka: Un sueƱo
- Buchwald
- 22 ene 2018
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Actualizado: 30 dic 2020
Josef K. soñó:
Era un dĆa hermoso y K. pensaba salir a caminar. Apenas dio dos pasos, estaba en el cementerio. AllĆ, los senderos eran artificiales, sinuosos y poco prĆ”cticos, pero Ć©l se deslizó, sereno, por uno como si flotara sobre un raudo caudal de agua. A lo lejos habĆa divisado una sepultura nueva en la que querĆa detenerse, como si ejerciera sobre Ć©l una irresistible atracción. K., con impaciencia, sólo pensaba en llegar a ella. Apenas podĆa distinguirla entre las banderas que se agitaban y chocaban entre sĆ con fuerza; no se veĆa a los abanderados, pero el ambiente parecĆa festivo.
Con la mirada aĆŗn fija en el horizonte, de pronto se percató de que la sepultura estaba a su lado, sĆ, incluso casi detrĆ”s suyo. Apurado, saltó al cĆ©sped. Como el suelo parecĆa seguir moviĆ©ndose, perdió el equilibrio y cayó de rodillas, justo delante de ella. Dos hombres estaban detrĆ”s de la sepultura y levantaban una lĆ”pida. Apenas apareció K. la lanzaron al suelo. En seguida, un tercer hombre, que K. reconoció inmediatamente como un artista, salió de un matorral. Solo vestĆa pantalones y una camisa mal abotonada; en la cabeza llevaba una gorra de terciopelo; en la mano, un lĆ”piz con el que, al ir acercĆ”ndose, trazaba figuras en el aire.
Puso el lĆ”piz sobre la lĆ”pida; la piedra era muy grande y no necesitó agacharse, pero sĆ inclinarse, pues la sepultura, que no querĆa pisar, lo separaba de la lĆ”pida. AsĆ que estaba en puntitas de pie y se apoyaba con la mano izquierda en la piedra. Con ademanes de genialidad trazó letras doradas ; escribió: āAquĆ yace āā. Cada letra era nĆtida y bella, estaba gravada en la piedra y era de oro puro. Cuando terminó de escribir esas dos palabras, miró a K., que ansioso por el progreso del epĆgrafe no le habĆa prestado atención del artista, solo habĆa estado mirando la piedra. Este, en efecto, se dispuso a seguir escribiendo, pero no pudo, algo se lo impedĆa; bajó el lĆ”piz y volvió a dirigirle la mirada a K. Esta vez, K. lo miró y notó que estaba muy nervioso, pero era incapaz de descifrar la causa. Toda su vitalidad anterior habĆa desaparecido. Entonces, tambiĆ©n K. se puso nervioso; se miraron con desamparo; habĆa un terrible malentendido que ninguno podĆa solucionar. Inoportuna, una pequeƱa campana comenzó a sonar en la capilla sepulcral; el artista hizo un gesto con la mano y el ruido se detuvo. No pasó mucho para que volviera a sonar, esta vez, muy suave; sin necesidad de algĆŗn gesto, se detuvo enseguida; fue como si sólo quisiera probar su tono. K. se sintió desconsolado por el dilema del artista, y comenzó a llorar; sollozó con las manos sobre su rostro. El artista esperó a que K. se tranquilizara y decidió, a pesar de todo, pues no encontró otra opción, seguir escribiendo. La primera lĆnea que trazó fue, para K., una liberación, y era evidente que hacĆa un enorme esfuerzo; la letra ya no era tan bella, sobre todo porque parecĆa que le faltaba oro; el trazo surgió pĆ”lido e inseguro, la letra se hizo mĆ”s grande. Era una āJā. Estaba casi terminada cuando el artista pisoteó con tanta furia el sepulcro que la tierra a su alrededor se levantó. Por fin K. lo comprendió, pero ya no habĆa tiempo para disculparse; con sus manos cavó en la tierra, que casi no ofrecĆa resistencia; todo parecĆa ser un montaje: una delgada capa de tierra habĆa sido esparcida para mantener las apariencias; detrĆ”s de ella se abrĆa un gran hoyo de paredes inclinadas, en el que K., puesto de espaldas por una delicada corriente, se hundió. Pero mientras abajo era recibido por la impenetrable profundidad y su cabeza permanecĆa levantada sobre el cuello, apareció de golpe con imponente floritura su nombre en la lĆ”pida.
Encantado por esa visión, se despertó.