Las circunstancias me situaron en posición de poder proporcionar información sobre Franz Hessel. El amable lector ha de recibirla como una contribución al conocimiento del espíritu humano. Cuando era niño, en ese preciso y misterioso lugar de la Leipziger Strasse en el Wertheimpalast todavía existía el muy famoso almacén de ultramarinos Ehrecke. En la vidriera había: harina común y de alta calidad, macarrones, sémola, facturas, así como pastas apenas coloreadas [Teigwaren, leicht gefärbt]. Precisamente con esos productos sucedía algo particular. Entre ellos, y justo en el medio, se encontraba el busto de un chino que inclinaba la cabeza día y noche. En todo el Wertheimpalast, incluso de noche, era el único ser de confianza. De niño nunca pude interpretar ese gesto. Pero logré recordarlo. Cuando más tarde conocí a Franz Hessel, reconocí inmediatamente al chino de Ehrecke. (Entre tanto, como se sabe, la tienda tuvo que cerrar.) Sin embargo, en ese momento, me faltaban pruebas. ¡Ahora, finalmente, las tengo en mis manos en la forma de Pastas apenas coloreadas! Ahora también entiendo el gesto de inclinar la cabeza. De hecho, no estaba dirigido a personas. Incluso en ese entonces, había asomado en mí la intuición de que ese gesto era en realidad un estremecimiento humilde y lleno de emoción por la calidad de sus productos. Y aun más: debajo de los párpados cerrados, la mirada desviada a través de la ventana. Este chino azul conoce al consumidor berlinés mejor que cualquiera de los vendedores del Wertheim.
Como todo sabio mandarín, también leyó en el asfalto que se consume delante de su tienda todos los secretos que las piedras berlinesas tienen que contar sobre Berlín. (De hecho, en Berlín, las piedras no son tan importantes como el asfalto). “Apenas coloreadas” no es retórica china, sino la condición para que dichas pastas se conserven. En el Brockhaus, en el volumen “Tabemakel-Unwillen”, se define pastas [Teigwaren] como “sin levadura” y “secas”. Esta pasta debe cocinarse durante veinte minutos en el fuego interior del lector lentamente. Es un alimento tan nutritivo como los cuentos de hadas. Porque, después de todo, el cuento de hadas es realmente la región a la que pertenece este chino. Ante su mirada, todo termina bien y las historias que conoce están construidas como juguetes mágicos. Son cuentos, no short stories. Cada uno con un doble fondo: si se las abre, una moraleja; al darle la vuelta a la caja, de repente, una verdad. A todo esto asiente con su gesto. Solo si le pidiéramos una explicación, sacudiría la cabeza.
Franz Hessel, Teigwaren, leicht gefärbt [Pastas apenas coloreadas]. Berlín: Ernst Rowohlt, 1926, 148 pp.
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