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  • Buchwald

Walter Benjamin: Sueños

DESAYUNADOR


Una tradición popular desaconseja contar los sueños en ayunas. Efectivamente, quien despierta sigue bajo la influencia del sueño. Lavarse la cara trae a la luz solo la superficie del cuerpo y sus funciones motoras visibles; mientras que en las capas más profundas, también durante el aseo matinal, el crepúsculo gris del sueño persiste, incluso se afianza en las primeras horas solitarias de vigilia. Quien rehúye al contacto con el día, ya sea por miedo a los hombres o por retiro espiritual, no querrá comer y rechazará su desayuno. Así evita la ruptura entre el mundo de la noche y el del día. Una precaución que solo se justifica si un intenso trabajo, cuando no una oración, amenaza con consumir al sueño; de otra manera llevaría a una confusión de ritmos vitales. En este estado, la narración de los sueños es funesta porque parte del ser humano permanece conjurada con el mundo onírico, y al traicionarlo con sus palabras, tendrá que esperar su venganza. Dicho de otra manera: se traiciona a sí mismo. Uno ha perdido la protección de la ingenuidad onírica y, al tocar sin autoridad su sueño, queda expuesto. Pues solo desde otra orilla, a plena luz, desde la distancia de la memoria, es permitido hablar del sueño. Este otro lado de lo onírico solo se puede alcanzar por medio de una purificación análoga a lavarse por las mañanas pero, sin embargo, completamente diferente: la que pasa por el estómago. Quien ayuna narra sus sueños como si lo hiciera desde el sueño.


Vestíbulo


Visita a la casa de Goethe. No recuerdo haber visto cuartos en el sueño. Era una sucesión de pasillos revocados como en la escuela. Dos visitantes inglesas, ya mayores, y un custodio me acompañan. El custodio nos pide que firmemos el libro de visitas que estaba abierto sobre el alféizar de una ventana, en el extremo más alejado de uno de los pasillos. Cuando me acerco y comienzo a pasar las páginas, encuentro mi firma ya registrada con una letra infantil, grande y desprolija.


Comedor


En un sueño me vi en el estudio de Goethe. No tenía ningún parecido con el de Weimar. Era sobre todo chico y solo tenía una ventana. El escritorio estaba apoyado de un lado sobre la pared de enfrente a la ventana. El poeta, ya muy anciano, escribía en él. Yo estaba de costado contra la pared cuando se interrumpió y me regaló un pequeño jarrón, una vasija griega. Lo hice girar entre mis manos. En la habitación hacía muchísimo calor. Goethe se levantó y me acompañó al cuarto contiguo, en donde se había preparado una mesa larga para mi familia. Pero parecía estar calculada para muchas más personas de las que eran. Probablemente también había lugar para mis antepasados. Me senté junto a Goethe en la cabecera derecha. Terminada la cena, él se levantó con dificultad, y con un gesto le pedí que se apoyara en mí. Cuando le toqué el codo comencé a llorar de emoción.


OBRAS SUBTERRÁNEAS


En un sueño vi un terreno vacío. Era la plaza del mercado de Weimar. Se estaban haciendo excavaciones arqueológicas. Yo también escarbaba un poco en la arena. Entonces apareció la punta de una iglesia. Contentísimo pensé: un santuario mexicano de la época del preanimismo, de Anaquivitzli. Me desperté riendo. (Ana = ἀνά [arriba]; qui= wie [como]; witz [chiste] = iglesia mexicana [¡!]).

Cielo. En un sueño salía de una casa y miraba el cielo nocturno. Emanaba un intenso resplandor. Estrellado como estaba, las imágenes de las constelaciones estaban materialmente presentes. Un león, una virgen, una balanza y muchas otras. Un apretado grupo de estrellas miraba fijamente la tierra. En ningún lado estaba la luna.






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