6 de julio
Brecht, en el transcurso de la conversación de ayer: “Suelo imaginarme en un tribunal ante el cual voy a ser interrogado. ¿Es realmente un problema eso? Tengo que admitir que no me lo tomo muy en serio. Pienso demasiado en lo artístico, en el teatro y en lo que pueda hacer un bien, como para poder tomarme algo así en serio. Pero cuando abandono esa cuestión, me planteo un problema más importante: que mi comportamiento es algo que me es permitido”. Por supuesto que a esto llegamos después de una conversación mucho más extensa. Brecht no comenzó poniendo en duda la legitimidad, sino la efectividad de su método, y fue a partir de algunos comentarios que hice sobre Gerhart Hauptmann: “A veces me pregunto si esos no son los únicos poetas que pueden lograr algo de verdad: los poetas con sustancia [Substanz-Dichter], quiero decir”. Brecht se refiere a los poetas que se toman completamente en serio lo que hacen. Y para aclarar esta idea, parte de la situación hipotética en la que Confucio escribe una tragedia o Lenin una novela. Esto se consideraría inapropiado, explica, y un comportamiento indigno de ellos. “Supongamos que leés una excelente novela política y luego te enterás de que fue escrita por Lenin, cambiarías tu opinión sobre la novela y el autor, y en perjuicio de ambos. Confucio tampoco debería escribir una obra de Eurípides, se consideraría indigno…” En resumen, todo esto se reduce a la distinción entre dos tipos literarios: por un lado, el visionario, que se lo toma en serio; por otro, el sensato, que no se lo toma del todo en serio. Aquí planteo la pregunta sobre Kafka. ¿A cuál de los dos grupos pertenece? Sé que la pregunta no tiene respuesta. Y precisamente su indeterminabilidad es, para Brecht, el signo de que Kafka, a quien considera un gran escritor, como Kleist, como Grabbe o Büchner, es un fracasado. Su punto de partida es, en realidad, la parábola, el símil, que responde a la razón y, por lo tanto, no puede tomarse del todo en serio en cuanto a su formulación. Pero esta parábola, sin embargo, está sujeta a la forma. Crece hasta convertirse en una novela. Y, si se observa bien, lleva su germen desde el principio. Nunca fue del todo transparente. Además, Brecht está convencido de que Kafka no habría encontrado su propia forma sin El gran inquisidor de Dostoievski y esa escena parabólica en Los hermanos Karamázov donde el cadáver del starets comienza a apestar. En Kafka, por lo tanto, lo parabólico está en conflicto con lo visionario. Como visionario, Kafka –dice Brecht– ha visto lo que vendrá, sin ver lo que es. Brecht enfatiza, como ya lo había hecho antes en Le Lavandou y con mayor claridad, el aspecto profético de su obra. Kafka tenía un solo problema: el de la organización. Lo que lo estremeció fue el miedo a la colonia de hormigas: cómo las personas, a través de sus formas de convivencia, se alienan a sí mismas. Y algunas formas de esta alienación las previó, como por ejemplo, el procedimiento de la GPU. Sin embargo, no encontró una solución y no despertó de su pesadilla. Sobre la precisión de Kafka –dice Brecht– es la de un impreciso, un soñador.
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