Discurso dirigido a la Junta política de trabajadores intelectuales, Múnich (1918)
Tal como sucede con los nuevos tiempos, sus nuevas instituciones y personalidades, nuestra agrupación es producto de la necesidad. No existiría una Revolución alemana si hubiéramos ganado la guerra, incluso un provisorio acuerdo de paz la habría impedido. Hoy, todos somos hijos de la derrota. ¿No es natural que un país derrotado sea más amado que uno triunfante? El triunfo nos revela muchas cosas desagradables. Y por demasiado tiempo hemos sido testigos de esas revelaciones. Hoy nos sentimos más orgullosos de ser alemanes. Por eso proclamamos, antes que nada, que amamos a Alemania con todo nuestro corazón y que queremos servirle desde nuestra posición y con todas nuestras fuerzas.
No esperamos que el triunfo de nuestros enemigos se convierta en su perdición, tal como nuestras viejas victorias lo son ahora para nosotros. Al contrario, deseamos que la rigurosidad moral que la desgracia le otorgó a un país derrotado hace cincuenta años [Francia] pueda soportar incluso el mayor de los peligros: su actual victoria. Nosotros, ahora, también queremos conquistar esa rigurosidad moral. ¿No sienten muchos de ustedes la imperiosa necesidad de algo que nunca creímos necesario: lo ciegos que éramos, lo perdidos que estábamos en el permanente esplendor de nuestras victorias anteriores, y que solo ahora, en medio de esta travesía por el polvo y en búsqueda del primer albor, tengamos la esperanza de volver a encontrarnos?
“Seid nicht allzu gerecht!” [¡No sean demasiado justos!], ya pregonaba Klopstock a sus alemanes; y esa idea, moralmente hablando, fue el principio del fin. No podemos ser lo suficientemente justos. Todo alejamiento de la justicia incondicional produce en el mundo exterior las consecuencias más abominables; la explotación de pequeñas provincias provoca, incluso décadas después, el colapso de grandes imperios. Peores son las conmociones que se dan en nuestro mundo interior tan pronto admitimos la injusticia. La falsificación de todo nuestro carácter nacional, la jactancia, la provocación, la mentira y el autoengaño se convierten en nuestro pan de cada día. La rapiña es el único impulso vital: eso fue el Kaiserreich [Imperio Alemán], que ahora, felizmente, ha terminado. Y todo esto sólo porque en su fundamento, tanto hacia el interior como hacia el exterior, el poder estaba antes que el derecho.
Poder en lugar de derecho significa, hacia el exterior, guerra; también hacia el interior. La justicia hace mucho que exige la consumación del socialismo. Ahora es ella la que debe hacerlo realidad. Trabajamos en ello, no solo con nuestro intelecto, también con nuestro corazón. Deseamos el bienestar material de nuestros compatriotas con tanta honestidad como deseamos el nuestro. Lo reconocerán porque, además, nos preocupamos por su bienestar espiritual [seelische Wohl]. El bienestar espiritual es más importante porque el destino de las personas está determinado más por la forma en que sienten y piensan que por reglas económicas. ¡Atención, burgueses! Si alguna vez alcanzan una mayoría en cualquier asamblea legislativa, no se entreguen al fatal error de creer que simplemente votando en contra pueden eliminar las justificadas exigencias de los socialistas. ¡También ustedes tengan cuidado, socialistas! Si creen que el triunfo del socialismo es producto de su poder coyuntural, en lugar de ser producto de la razón y la conciencia de la mayoría, no se habría ganado nada. La dictadura, incluso la más progresista, sigue siendo dictadura y termina en catástrofe. El abuso de poder tiene siempre el rostro de la muerte.
No se puede alegar que la socialización de toda actividad humana sea lo más radical que se pueda hacer. Hay un radicalismo que supera todas las transformaciones económicas. Se trata del radicalismo del espíritu. Quienes quieran justicia para el ser humano no pueden tener miedo; quienes aman incondicionalmente la justicia se atreven a mucho. Vemos a un hombre que en su temeridad intelectual ha llegado más lejos que el más inescrupuloso de los dictadores rusos: ese es Wilson, quien, a pesar de todas las presiones de los vencedores y sin dejarse perturbar por las tentaciones de un poder sin precedente y hasta enloquecedor, se mantiene firme en lo que su juicio considera correcto.
En esta asociación, que sólo busca aconsejar para el bien, nunca, incluso si se perdiera en excesos, se va a juzgar a la revolución alemana porque ni sus peores excesos igualarían los crímenes del antiguo régimen. Los fanáticos revolucionarios de hoy tienen demasiadas excusas. Las reciben de esos fanáticos pan-alemanes [alldeutschen] que hasta ayer eran dueños de la palabra y que sólo esperan recuperar el control para eventualmente volver a despoblar el país, a desmoralizarlo, a dejarlo en la ruina. ¿De dónde se supone que los revolucionarios que han llegado al poder aprendieron sobre la justicia? Crecieron en el Kaiserreich [Imperio]. Son capaces de decir que no entregarían su poder voluntariamente. Palabras imperiales. Quien las pronuncia tiene casi todo por aprender de las leyes de un mundo verdaderamente liberado.
Estamos aquí para ayudar a garantizar que las leyes morales del mundo liberado sean introducidas en la política alemana y la determinen. Queremos que nuestra república, un regalo casual de la derrota, sea también un espacio para republicanos. Y en los republicanos no vemos ni burgueses ni socialistas, distinciones nulas ante un principio superior. Llamamos republicanos a las personas para quienes la idea está sobre la utilidad, el ser humano sobre el poder. Entre los republicanos, la condena de un inocente puede instigar luchas de conciencia capaces de amenazar el comercio, la paz interna e incluso la seguridad de la Nación... no importa si se trata de una república de jubilados [Rentnerrepublik]. Un régimen imperial, hasta uno de mentalidad social, nunca tendrá tales conflictos de conciencia.
Que nuestra Alemania sea tan justa, libre y honesta como algunos de nosotros lo hemos exigido, incluso en sus días más oscuros; que su fe en el futuro del espíritu alemán se alimente de su gran pasado. En este país, pase lo que pase, finalmente gobernará el espíritu. Conquistará Alemania y el mundo; el verdadero ganador de la guerra es solo él. Quienes se le resistan estarán perdidos. Quienes lo acepten gozarán de los mismos derechos entre hermanos y hermanas. Nuestra reconciliación con el mundo se producirá en nombre de los ideales eternos que finalmente volveremos a compartir con él. Nosotros, los trabajadores intelectuales, queremos ganarnos el derecho de estar entre los primeros en reconciliar a Alemania con el mundo.
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