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Buchwald

Gertrud Kolmar: Última carta que se conoce antes de ser deportada a Auschwitz

21 de febrero de 1943


Son las cuatro y media de la tarde, y como no ha venido nadie, supongo que no debo esperar a nadie. Esta mañana llegó una carta del joven [Wolfgang, único hijo de su hermano Georg], era de hace algún tiempo; no hace mucho recibí otras dos, tampoco muy recientes, una de ellas era para mi cumpleaños. Todas decían más o menos lo mismo. Yo misma envié una postal para el cumpleaños del joven a principios de enero, que espero le llegue a tiempo.


Decís que ahora “a veces, sentís una fuerte necesidad de escribir”. Yo también. A veces creo que, a pesar del trabajo, la falta de tiempo, la inquietud y el cansancio, podría empezar; pero en estos últimos días todo lo que parecía querer tomar forma se ha desvanecido. Mi última obra, un relato, es de hace exactamente un año, y ahora pienso que si algo vuelve a tener forma, probablemente sea otra vez un relato. En realidad, me encuentro en el estado de ánimo perfecto para escribir, me siento abatida y oprimida, aunque sé que soy incapaz de crear algo como poeta. Pues (tal vez ya te lo haya mencionado alguna vez) nunca escribo desde un sentimiento de grandeza o fuerza, sino siempre desde un sentimiento de impotencia. Si me dejo llevar por una repentina inspiración, un impulso creador, y me siento a escribir, normalmente no logro mantenerlo, el fuego se apaga, la fuente se seca y la poesía queda en fragmentos. Sin embargo, cuando empiezo una nueva obra desde un estado de impotencia, de desesperación, es como si fuera alguien que, desde abajo, desde las profundidades, se prepara para una caminata hacia la cima; al principio, el objetivo está muy lejos, no se ve bien el horizonte, pero con el avance se vuelve cada vez más amplio y hermoso. En este ascenso gradual, no me agoto, como me sucede cuando me dejo arrastrar por un impulso creativo. Lo empezado también se termina, y lo terminado no decae hacia el final, como suele suceder con las obras poéticas. (El señor Cohn decía que mis escritos mejoraban hacia el final). Debo decirme: “Ya no puedo hacer nada más. Se me agotaron las fuerzas. No lograré nada”. Y entonces llega la hora indicada. Y desde que tuve la paciencia para esperarla, ya no existen fragmentos dispersos en mis apuntes.


Acabo de acordarme de algo gracioso que ocurrió hace unos años: en una velada de “Nuevas voces” en la cual, por cierto, no se recitaron mis versos, la escritora Josefa Metz se acercó a presentarse. Se me sentó al lado y, entre otras cosas, me preguntó si crear me resultaba difícil o fácil. “Difícil”, respondí. A ella le resultaba muy fácil, dijo. Una vez, un diario vienés la había elogiado, y hasta había ganado, en su momento, el primer premio de las Gaswerke de Berlín. Fue galardonada por un poema que celebraba a la institución. “Imagínese, ¡el primer premio de las Gaswerke de Berlín!”, repitió entusiasmada y parecía incapaz de desprenderse de tan hermoso recuerdo”. Eso me vino a la mente...


Entre mis colegas, una es cantante de ópera y la otra fue una reconocida actriz, además de tener talento musical. Durante el trabajo, una vez se habló de eso. “Puras celebridades, todas con dotes artísticos”, comentó la prima de la señora Wr., la esposa del consejero judicial, que estaba sentada a mi lado. “Solo nosotras dos no somos nada y no sabemos hacer nada”, me dijo. Escuché eso sin pestañear. Otra vez, sin embargo, mencionó que yo tenía aspecto de alguien que escribe poesía. No le dije nada...


Que Sabine sea grandota y glotona, como decís, puede ser y me alegra; pero que sea insolente, no creo. Puede que sea traviesa, pero apenas puedo imaginar que su mal comportamiento se manifieste como insolencia. Un “monstruo” puede ser malo, horrible, pero no insolente. En cambio, su tamaño y voracidad son sus verdaderas características.

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