La tipografía es un instrumento de comunicación.
Debe ser comunicación clara en su forma más pura.
Debe poner énfasis, sobre todo, en la claridad, pues esta determina la esencia de nuestra escritura y aquello que la diferencia de formas pictográficas antiguas. Nuestra actitud intelectual hacia el mundo es individual-exacta (mejor dicho, esta actitud individual-exacta está en un estado de transición hacia una colectiva-exacta) en oposición a la antigua individual- y (posterior) colectiva-amorfa.
Esto es, ante todo: total claridad en todas las composiciones tipográficas. La legibilidad-comunicación no puede verse afectada por una estética a priori. Las letras no deben ser forzadas a una forma preconcebida, por ejemplo, un cuadrado.
La impresión se corresponde con el contenido gracias a que su composición está subordinada a leyes ópticas y psicológicas. Esencia y propósito de una impresión determinan el uso indiscriminado de la orientación de las líneas (es decir, una distribución no solo horizontal), de todos los tipos, tamaños, formas, colores, etc.
Crear un nuevo lenguaje tipográfico con la elasticidad, variabilidad y la frescura del material tipográfico, cuya aplicación solo esté subordinada a la ley de expresión y sus efectos.
Lo más importante para la tipografía contemporánea es el uso de técnicas de zincografía, la producción mecánica de impresiones fotográficas en todos los formatos. Lo que comenzó con los jeroglíficos egipcios, siempre imprecisos, dependientes de la tradición y las habilidades individuales, se convirtió, gracias a la inclusión de la fotografía en el proceso de impresión, en una forma de expresión sumamente precisa. Hoy tenemos libros (en su mayoría científicos) con reproducciones fotográficas precisas, pero las fotografías cumplen una función explicativa y, por lo tanto, secundaria en relación a los textos. Superada esta fase, se usan imágenes, pequeñas o grandes, se las colocan en el texto para reemplazar conceptos y expresiones inexactas, interpretaciones subjetivas. La objetividad de la fotografía libera al lector de, por ejemplo, las muletas de una descripción subjetiva y lo obliga a formar su propia opinión.
Se podría afirmar que tal uso de la fotografía tendrá como resultado que una gran parte de la literatura sea reemplazada por el film. De hecho, el desarrollo está encaminado en esa dirección (así como, por ejemplo, el uso de los teléfonos tuvo como consecuencia que se escribieran menos cartas). No es una objeción válida afirmar que la producción de películas exija una infraestructura demasiado compleja y costosa; no tardará mucho para que se trate de una tecnología tan común como ahora lo es la impresión de libros.
Otro cambio constitutivo se alcanzará cuando la fotografía sea utilizada en cartelería. El cartel debe generar un impacto inmediato sobre todos los ámbitos psicológicos. A partir del uso de la cámara y de todas las técnicas fotográficas, como retoque, superposición, distorsión, ampliación, etc., en combinación con la línea tipográfica liberada, la efectividad de los carteles puede ampliarse enormemente.
Las dos nuevas posibilidades para el cartel son: 1. la fotografía, hoy en día el dispositivo narrativo más notable que poseemos, 2. la tipografía utilizada de forma contrastante-penetrante y sus incontables variaciones en la disposición de las letras, con los mismos u otros tipos, sus distintos materiales, colores, etc., en función del efecto.