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País de la niebla

  • Ingeborg Bachmann
  • 10 jun 2018
  • 1 Min. de lectura

En invierno, mi amante está

entre los animales del bosque.

Tengo que dejarla antes del amanecer,

la zorra lo sabe y ríe.

¡Cómo se estremecen las nubes! Sobre mí,

en los caminos de montaña,

cae una frágil capa de hielo.

En invierno, mi amante es

un árbol entre árboles e invita

a los desventurados cuervos

a posarse en sus ramas. Ella sabe

que, en el ocaso, el viento

levanta su rígido y escarchado

vestido de noche y me expulsa.

En invierno, mi amante está

entre los peces, silenciosa.

Escucho las aguas que el recorrido de sus aletas,

mueve desde dentro,

y en la orilla, espero y miro,

hasta que las truchas me espantan,

cómo ella se sumerge y gira.

Y vuelvo a escuchar el grito de caza

del ave, que, al precipitarse

me roza y hace caer

en la tierra: despluma

perdices y me lanza una blanca

costilla. La agarro del pescuezo

y me pierdo en el amargo plumaje.

Mi amada es infiel,

lo sé, a veces, levita

en tacos altos hacia la ciudad,

en los bares, besa con sorbetes

a los vasos en la boca,

y sus palabras llegan a todos.

Pero yo no entiendo ese lenguaje.

Yo vi el país de la niebla,

yo comí el corazón de niebla.

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