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Käthe Kollwitz

Dame la libertad para poner un fin.

De diarios y cartas

2021, 192 pp.   
isbn: 978-987-47682-3-0

Käthe Kollwitz (1867-1945) fue una de las grandes artistas del siglo XX. Trascendió gracias a las litografías y grabados con los que acusaba las injusticias sociales de su época, y también a las xilografías y esculturas que se rebelaban contra el sinsentido de la guerra.

Pero ¿quién es la persona detrás de la obra? Dame la libertad para poner un fin. De diarios y cartas es un documento vivo impactante que recoge reflexiones, sentimientos y recuerdos que abarcan tres imperios alemanes y dos guerras mundiales. Leemos sobre el miedo de una madre por su familia, sobre las dudas y frustraciones del trabajo artístico, sobre su biografía política –que va desde la convicción revolucionaria hasta la distancia crítica–, sobre el amor, el tiempo y la muerte. Sus experiencias personales se fusionan, en este libro, con una intensidad única.

Más allá de las vanguardias artísticas de su época, Kolwitz tuvo, desde un principio, una poética propia: 

Para mí, los estibadores de Königsberg eran bellos, los jinkies polacos en sus largas embarcaciones eran bellos, bella era la generosidad de los movimientos populares. Los burgueses no tenían ningún atractivo. Todo lo relacionado con la vida burguesa me parecía pedante. El proletariado, en cambio, tenía más fuerza. (...) Problemas sin solución, como la prostitución, el desempleo, me torturaban e inquietaban, y eran parte de mi apego a representar las clases bajas. Representarlas una y otra vez me abrió una válvula de escape o una posibilidad de soportar la vida”. 

Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, Kollwitz se puso del lado de los pacifistas y a través de su obra comenzó una (desesperada) lucha por la paz: “Cada uno trabaja como puede. Yo estoy de acuerdo con que mi arte tenga una función. Quiero hacer algo para esta época en la que las personas están tan desorientadas y necesitadas”. 

Durante la República de Weimar diseñó pancartas y folletos por la causa socialista. La muerte de su hijo en la guerra y las dificultades políticas de la posguerra no detuvieron su afán artístico; de hecho, su dolor y sus dudas sobre la calidad de su obra alimentaron su creatividad. A partir de 1914 hasta 1932, trabajó en un monumento para el cementerio belga donde estaba enterrado su hijo. Más que una instalación con esculturas, se trata de un testimonio de dolor y de una búsqueda artística imperiosa. Cuando los nacionalsocialistas llegaron al poder la expulsaron de la Academia de Arte prusiana, donde dictaba clases, y desde 1935 tuvo prohibido exponer. Käthe Kollwitz siguió trabajando en silencio, siempre con la porfía de quien tiene algo que decir. Murió en 1945, tres semanas antes del final de la guerra.

Se trata, sobre todo, de un testimonio que cala hondo. Al final del recorrido, el lector se sentirá parte de la vida de Kollwitz por la intimidad de la que ha sido testigo. Sus palabras tienen un valor atemporal y no solo por eso es que son particularmente valiosas: nos demuestran que, a pesar de todo, la esperanza nunca es vana, ni siquiera en los momentos más oscuros.

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